El restaurante donde iba a comer pasta carbonara y donde se encariño con la mascota de los dueños era uno sus rincones favoritos. “La última vez que vino fue poco antes del cónclave para interesarse por la salud de nuestro perro. Cuando le dijimos que había muerto el Papa se disgustó mucho”, cuenta el propietario del restaurante.
Como el centro de antigüedades donde el futuro Papa de Roma se pasaba las horas mueras. “Compraba cosas de poco valor como lápices y bolígrafos, pero lo que de verdad le gustaba era leer los periódicos antiguos que tenemos”, recuerda el anticuario y propietario de la tienda.Le gustaba la artesanía y era austero.
En un pequeño almacén se arreglaba su zapatos. Aunque quizás su secreto más tierno sea su gusto por la cocina. Todas las semanas compraba fruta en la misma frutería para hacer struggle, el postre típico alemán.