Una escena terrible que han grabado las cámaras en Pakistán. La Policía acorrala a un niño de 13 años con ocho kilos de explosivos adheridos a su chaleco. Los artificieros de Peshawar deciden no dispararle e intentan salvar su vida. Se acercan al muchacho, jugándose la vida e intentando que esta vez, los talibanes no consigan una nueva masacre.
Tumbado boca abajo ante la desconcertada mirada del artificiero. No puede creer que Bilal, de tan sólo 13 años de edad, lleve adosados al pecho 8 kilos de explosivos. El niño, que viajaba con un adulto en una motocicleta, había salido corriendo en un control de seguridad. Incluso intentó inmolarse, pero al no poder accionar el detonador, acabó arrojándolo en su huida.
Con sumo cuidado el agente le retira el chaleco explosivo. No sabe si el chico lleva más detonadores, pero no, la pesadilla ha terminado. La policía se lleva al menor a comisaría. Ha declarado que proviene de una zona rural dominada por los talibanes. Bilal ha tenido suerte ya que normalmente, los suicidas son abatidos para evitar que explosionen.
Desde la más tierna infancia, los terroristas aleccionan a los niños para convertirlos en bombas humanas. Fue el mismo caso de un adolescente palestino de 15 años que la Policía interceptó en 2006, en Israel, justo antes de inmolarse. Él mismo se quitó los explosivos siguiendo las instrucciones de los artificieros.
Juma Gul, de tan sólo 6 años, se convirtió en el niño más famoso de Afganistán en 2007. Los talibanes querían que atacara una base estadounidense, pero fue reducido a tiempo.
Bilal ha sido la última víctima de los terroristas. Una cruel manera de truncar la vida de los más pequeños en conflictos que ni siquiera entienden.