Las relaciones
internacionales no pueden dirimirse entre cervezas ni en Twitter. Lo ha
recordado el ministro germano de Exteriores, después de los duros mensajes cruzados
entre Washington y Berlín.
Trump volvía a arremeter,
en su medio de comunicación favorito, contra Alemania. A vueltas con las
aportaciones de cada país al presupuesto de la OTAN, y con el déficit
comercial, sentenciaba que "todo va a cambiar".
Enfrente, Merkel ha
insistido en que, con él, EEUU quizá haya dejado de ser un aliado fiable: "Los
europeos tenemos que tomar las riendas de nuestro propio destino". Idea que la canciller,
en plena carrera a la reelección, está convirtiendo en un eslogan.
Los alemanes no parecen
haberle perdonado al estadounidense sus continuas trabas en la Cumbre del G7: "El
Sr. Trump es un destructor de los valores occidentales, de los valores
europeos: tolerancia, respeto y cooperación".
Respeto que no se vio ya
cuando Trump poco menos que le negó el saludo a Merkel en la Casa Blanca. Poca química que, ya de
Presidente y fiel a su "nosotros primero", parece haber extendido al
resto de la Unión Europea.