Los bosques notan y padecen la emergencia climática. El 77,6% de los árboles están sanos, según la última radiografía sobre nuestros bosques, pero hay un 21% de árboles dañados; daños que han sido provocados por la acción del hombre en un 5%; por hongos, un 9,1%; por insectos, como la oruga procesionaria, un 29,1%; y sobre todo, por factores ambientales como la sequía, un 43,4%.
A esas sequías, cada vez más prolongadas y extremas, se suman las altas temperaturas y la falta de humedad. El resultado: incendios mucho más virulentos. "Son mucho más agresivos, con unas consecuencias bastante más dramáticas", afirma Ángel Iglesias, ingeniero de montes de Castilla y León.
Así fue el último incendio en Gavilanes, Ávila, en junio de 2019: 1.400 hectáreas quedaron arrasadas. En estos casos, la actuación debe ser inmediata. Lo primero es fijar el suelo. "Si se pierde el suelo se pierde la futura vida que pueda sustentar", explica Iglesias.
Hacer una cubierta con paja, a modo de piel del bosque, os estructuras como las fajinas ayudarán a protegerlo. Se aprovechan los árboles quemados: se cortan y el tocón sirve para sostener esos árboles cuyas ramas evitarán que el suelo y las cenizas se desplace con las lluvias y acabe en pantanos o ríos, disminuyendo su capacidad.
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De otro incendio, en Mombeltrán, hace ya diez años, ahora lucen regeneradas parte de las 4.200 hectáreas quemadas. Se han hecho podas, selección de especies, desbroces, clareos, gestión de plagas o cortafuegos a través de una gestión forestal sostenible. Hay que repoblar, sí, pero también cuidar lo que ya tenemos.