El 7 de marzo de 1959, el dictador Francisco Franco solicitaba a la familia Primo de Rivera permiso para que los restos del fundador de Falange, José Antonio, pudieran ser trasladados al Valle de los Caídos, ahora Valle de Cuelgamuros. Tras la conclusión de las obras de la basílica del Valle, "levantada para acoger a los héroes y mártires de nuestra cruzada", Franco consideraba éste el lugar más adecuado para que los restos del hijo del primer dictador de España reposaran, entre "gloriosos caídos", por el resto de la eternidad. Finalmente fueron 64 años, hasta este lunes, cuando los restos de Primo de Rivera han sido exhumados del Valle de Cuelgamuros para ser trasladados al cementerio de San Isidro.
José Antonio tenía 'pedigree' para acabar en política: a comienzos de los años treinta se sumó a las filas de la Unión Monárquica Nacional, partido sucesor de la Unión Patriótica de su padre, Miguel Primo de Rivera, con la que se presentó en las elecciones de 1931. De la mano de ella, su intención era 'limpiar' la imagen de su padre, recuperar la memoria de una figura que había sido 'manchada' al final de su régimen —ya había perdido el apoyo de Alfonso XIII, el mismo rey que le dio el visto bueno a su levantamiento, y su popularidad fue en picado—. También a inicios de esta década entró en prisión, acusado de haber sido colaborador del intento de golpe de Estado del general Sanjurjo —la Sanjurjada—, aunque salió poco después sin cargos.
A su salida de prisión, José Antonio Primo de Rivera se convirtió en la figura que ahora se recuerda: se inició en el fascismo —fue uno de los impulsores de la efímera revista 'El fascio' (sólo se publicó un número), donde reducía todas las aspiraciones de un nuevo Estado en torno al término de 'unidad' y definía la patria como "una totalidad histórica, donde todos nos fundimos, superior a cada uno de nosotros y a cada uno de nuestros grupos"— para, en la primavera de 1933, crear el Movimiento Español Sindicalista, precursor de la Falange Española, que nació en el Teatro de la Comedia de Madrid ese mismo año. En las elecciones de 1936 quedó de manifiesto el escaso apoyo que este movimiento tenía en España, obteniendo un 0,7% de los votos y, por lo tanto, quedando sin representación.
De la detención de Primo de Rivera a su muerte
Aun sin apoyo en las urnas, Primo de Rivera sí tenía fuerza en las calles, donde consiguió avivar la violencia contra los movimientos de izquierda. Pero la ausencia de representación llevaba consigo otra situación: al perder el escaño que había conseguido años atrás, perdía también la inmunidad parlamentaria. Pronto fue acusado de tenencia ilícita de armas en un momento en el que cerca de dos millares de falangistas eran arrestados. Su llegada a la Dirección General de Seguridad donde iba a ser interrogado no ayudó a su proceso: comenzó insultando al propio director de la institución, José Alonso Mallol, y desde el calabozo escribió un manifiesto cuya difusión suponía una infracción de la ley de imprenta.
Ambas actuaciones fueron condenadas, pero también revocadas por el Tribunal Supremo. No fueron los únicos procesos a los que estuvo sometido, pero fue uno por desacato y atentado a la autoridad, tras haber insultado y amenazado a los jueces que lo habían condenado a cinco meses de prisión por tenencia ilícita de armas, el que supuso la gota que llenó el vaso: fue condenado a cinco años de prisión y trasladado a una prisión en Alicante la noche del 5 al 6 de junio.
Mientras, no cejó en su empeño por hacer estallar la República: "España puede dejar de existir (...). Ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que entrar en juego para poner a salvo los valores fundamentales (...). La última partida es siempre la partida de las armas", escribió en una carta dirigida a los militares españoles. No fue la única. Correspondencia con el general Mola, más misivas llamando a la insurrección... y entonces, llegó. El 18 de julio de 1936 comenzó la sublevación contra la República, con José Antonio Primo de Rivera aún en la cárcel de Alicante, de la que pensaba salir en cuanto se ejecutara el golpe de Estado. Pero no ocurrió.
En octubre, Primo de Rivera, su hermano, su cuñada y varios carceleros eran acusados de conspiración contra la Segunda República y rebelión militar, acusaciones que insistió en negar, alegando incomunicación en prisión. Tras cuatro horas, a las 2:30 de la madrugada los 14 miembros del jurado anunciaron su decisión: José Antonio Primo de Rivera era culpable, por lo que fue condenado a muerte. El Tribunal Supremo confirmó la condena, pese a los intentos por parte del gobernador civil Francisco Valdés Casas de evitar la ejecución. La ejecución fue programada para la mañana del 20 de noviembre de 1936.
Aquel 20 de noviembre, José Antonio Primo de Rivera fue fusilado. No obstante, según recoge el investigador y periodista José María Zavala en su libro 'Las últimas horas de José Antonio', la ejecución no fue en ningún momento precedida por la reglamentaria orden de "fuego", sino que se efectuaron disparos "a capricho", de manera repetida, en varias descargas, a unos tres metros de distancia del falangista. Zavala define la ejecución como una "carnicería", utilizando también el testimonio de un empresario uruguayo que la habría presenciado personalmente, Joaquín Martínez Arboleya, quien bajo el seudónimo de Santicaten ya había contado los pormenores del fusilamiento de Primo de Rivera en una obra publicada en Montevideo en 1961 bajo el título 'Porque [sic] luché contra los rojos'.
El silencio de Franco y una carta de la novia de José Antonio
Según Zavala, "Franco sabía perfectamente la carnicería perpetrada" con José Antonio. Pero a lo largo de dos años, la muerte de José Antonio Primo de Rivera fue un secreto mantenido por el propio Franco. Cuatro días después de su fusilamiento, Franco recibió una carta de la pareja del falangista, María Santos Kant, una misiva que publicó 'El País' en 2015 y en la que la pareja pedía información sobre su paradero, ante las noticias que le llegaban.
"Mi general:
Soy la novia de José Antonio Primo de Rivera. Prefiero darle esta explicación escueta, con la sobriedad que él ha impuesto a su Falange, porque creo que ella excluye comentarios de lo que está siendo para mí estos meses en que se han dicho y hecho sobre José todas las suposiciones y se han dado las noticias más contradictorias. Hoy me dirijo a usted, mi general —y he esperado antes de molestar el probar todos los métodos— por si fuese posible el que usted me diera alguna noticia. No vea en mí una inconveniencia de sus preocupaciones y trabajo, ni mucho menos una falta de respeto. La verdad es que se ha convertido en hábito en todos los españoles la costumbre de confiar y poner en usted mi general nuestras esperanzas. Porque quiero evitar la posibilidad de tener una contestación y no recibirla —por estar aquí de paso— las señas más seguras son.
María Santos Kant
Sección Femenina de la Falange
Juan Bravo 6, Segovia
Que Dios le premie mi general y nos le guarde por muchos años.
Arriba España".
La respuesta de Franco fue, casi, una ausencia de respuesta. "El general no sabe nada directamente relativo a la suerte de dicho señor", señala 'El País'. Sobre la ejecución no llegó a decir nada el dictador, ni tampoco se recogía nada en las obras escritas por Felipe Ximénez de Sandoval, el biógrafo oficial del falangista. Según Zavala, este silencio se pudo deber a que el modo en que se llevó a cabo la ejecución "fue un hecho tan desagradable, tan luctuoso, que no se le quiso dar pábulo".
Durante dos años, los sublevados no hablaron de la muerte de Primo de Rivera, avivando así el mito de su figura como 'el ausente', y no fue hasta que finalizó la Guerra Civil cuando se ordenó el traslado del cuerpo, en abril de 1939. Los restos de Primo de Rivera, enterrados en un nicho del cementerio de Alicante, fueron trasladados a El Escorial. El traslado de los restos comenzó el 20 de noviembre de aquel año, cuando se cumplían tres años de su ejecución, se hizo a pie, desde Alicante hasta El Escorial, con el féretro a hombros de comitivas de falangistas que se turnaron día y noche a lo largo de los 500 kilómetros que separan las dos localidades. Tras diez días de viaje, el general Franco recibió el cuerpo de Primo de Rivera, junto al cual colocaron las flores que habían enviado a tal efecto Adolf Hitler y Benito Mussolini.
Y en El Escorial permaneció hasta que 20 años después, en 1959, finalizaba la construcción del Valle de los Caídos, desde 2021 Valle de Cuelgamuros. Otra vez, Franco se puso en contacto con la familia para solicitar permiso para inhumarlo en el Valle y en un acto menos numeroso se procedió al nuevo traslado. También a pie y sobre los hombros de antiguos miembros de la Vieja Guardia y la Guardia de Franco, el féretro de Primo de Rivera llegó al Valle de los Caídos tras recorrer caminando los 13 kilómetros que separaban el Valle de El Escorial. Ahora, 64 años más tarde, José Antonio Primo de Rivera ha abandonado el Valle de Cuelgamuros, en cumplimiento de la Ley de Memoria histórica, para acabar en el cementerio de San Isidro.