Andreas Lubitz entrenaba casi a diario, era un tipo sano en aparencia. Pero, según avanza la investigación, dibuja un joven inestable y obsesivo.
La Fiscalía de Düsseldorf ha confirmado que, entre los papeles requisados en sus domicilios, hay informes médicos y recetas que confirmarían un largo historial de depresión y un certificado de baja médica que había ocultado a la empresa.
Al parecer, Andreas estuvo en tratamiento hasta el mismo día de la tragedia. Tan obsesionado estaba Andreas por dar la talla para pilotar, que al principio de su formación, en 2008, estuvo medio año de baja, aunque eso no le impidió acabar sus cursos en la escuela de aviación de Bremen.
Después, quiso completar su titulación en Estados Unidos pero le costó tres años, según cuentan sus compañeros del club de aviación de Montabaur. Inicialmente, le descartaron como "no apto" física o mentalmente. Finalmente obtuvo un título para pilotar aparatos de un solo motor y planeadores.
Tras volver de Arizona, hace menos de dos años, hizo prácticas en una escuela de Reus para Lufthansa, que finalmente le contrató para su filial Germanwings. Andreas lograba así que su sueño despegara. Falta saber que le llevó a estrellarlo y convertirlo en pesadilla para 150 familias.