Allá por abril el último post de este blog hablaba de un Partido Popular que llenaba el Palacio de los Deportes de Madrid con 9.000 simpatizantes. Todo ese tropel fantaseaba con rascar 100 escaños en las elecciones. Estaba más o menos asumido que no había forma de batir a Sánchez, pero se aspiraba a sumar a la remanguillé para hacer una maniobra como la andaluza. Todos sabemos cómo acabó aquello; jolgorio en las sedes de Ciudadanos o Vox, bailoteo en Ferraz y funeral con 66 velas en Génova.
Durante meses los populares han estado tratando de digerir aquel empacho de decepción en primavera. Las locales y autonómicas actuaron de antiácido, pero hasta hace bien poco hablar de urnas en el cuartel general del PP era evocar un trance traumático y desagradable. Nadie quería repetir, pero los dulces augurios demoscópicos han hecho que el partido ahora vea en la nueva cita electoral una oportunidad de darse un homenaje.
De 66 a 100
De nuevo en campaña y de nuevo en pos de esa cifra mágica. Los 100 esquivos escaños vuelven a estar en el horizonte y en Génova 13 tienen una nueva receta para alcanzarlos. Los alquimistas que apostaron por la pureza en abril ahora piensan que es mejor diluir al PP para engatusar al electorado de centro. Su última maniobra ha sido tirar de crecepelo.
El pasado verano Pablo Casado aprovechó las vacaciones para abandonar por unos días el afeitado. La investidura de Ayuso en Madrid le pilló sin tiempo para tirar de maquinilla y su barba le robó ese día foco a la nueva presidenta madrileña. Visto el impacto, los gurús pusieron en marcha su maquinaria. Todos sus focus group les dijeron que la barba 'desRiverizaba' a Casado, le daba experiencia, temple y conseguía hacerle atractivo. Al final, Casado tuvo que olvidarse de pasar por la barbería y ese nuevo look es uno de los atributos fuertes de esta campaña. Con el nuevo discurso y esos retoques, el PP vuelve a fantasear con rascar los 100, aunque sea por los pelos.