Lejos han quedado esos tiempos en los que se trataba a Pablo Iglesias con guante de seda, y se evitaba el enfrentamiento y el roce dialéctico con la formación morada. En mente estaba una futura colaboración parlamentaria... y posibilidades de algo más: hasta un gobierno de coalición que Sánchez aceptó a regañadientes en el tramo final de la negociación y que Iglesias rechazó, tras muchos rodeos, con calabazas.
Pedro Sánchez ha querido marcar su espacio y su posición desde el primer día de campaña. Clarificar futuros acuerdos poselectorales. Ha dicho que "no habrá una gran coalición con el PP" y ha retado al líder de Podemos a que conteste a la pregunta de si va a seguir bloqueando su investidura.
Explican fuentes de la dirección del partido que con esa afirmación - nada casual y muy medida-- Sánchez ha querido desmontar los argumentos del jefe de Podemos, que mitin tras mitin insiste machaconamente en la misma idea. En el mensaje de que habrá pacto PSOE - PP después del 10N.
Pero detrás de esa estrategia de los socialistas se esconde también la intención del PSOE de captar voto indeciso y pescar en el caladero morado. Todo sea por concentrar el voto progresista, porque ya se sabe que el candidato socialista persigue una mayoría holgada para gobernar