Los terroristas de ISIS instalan su particular Guantánamo al norte de la ciudad siria de Alepo. Como cuenta Javier Espinosa en 'El Mundo' cuando él y el resto de presos occidentales llegan allí les desnudan, les visten con un mono naranja y les asignan un número de identificación. El español era el número 43. 

Todo ello de rodillas, de cara a la pared y con las manos en alto. Su secuestro había dado un giro, más agresivo y vergonzoso. El hambre, el frío y las torturas iban a ser su día a día a partir de ahora a las ódenes de sus verdugos. Según relata Marc Marginedas en 'El Periódico', la peor parte se la llevaban los presos sirios. Cuenta que en otra cárcel escuchaba sus torturas como si ocurrieran junto a él.

Y los estadounidenses con los que los terroristas descargaban toda su ira, como en el caso de Peter Kassig, el quinto rehen decapitado. "Nada más escuchar la palabra americano, comenzó a darle patadas... tan fuerte que lo lanzó contra mí", cuenta.

Aunque la barbarie de los terroristas alcanzaba su máximo con los presos que intentaban huir. A ellos se les dejaba sin comer ni beber durante días, esposados de pies y manos hasta el delirio.  En medio de tan cruel cautiverio Espinosa destaca la calidad humana del periodista Jim Foley, al que ISIS decapitó el primero. En un intento por escapar del horror pensó en uno de sus compañeros antes que en su propia vida. "Tan conseguir evadirse agarrado a una manta, tuvo que esperar a Cantlie. El Guardia lo descubrió cuando se descolgaba por el muro. Foley podría haber intentado huir en solitario, pero prefirió entregarse".

La humillación de los terroristas hacia los presos era tal que les hacían cantar la famosa canción Hotel California con un estribillo modificado acorde a su idelogía extremista. Un lugar, decían, del que nunca escaparían con vida y en el que eran golpeados por cualquier excusa.

"Cada vez que venían nos golpeaban. Había, digamos, las excusas más idiotas del mundo. Por ejemplo, una cosa que ellos pensaban que era una afrenta era las batallas entre moros y cristianos en Valencia". Marginedas relata así su espantoso recuerdo en la única entrevista que va a conceder, en la que recuerda a los que no tuvieron tanta suerte y fueron decapitados por la tiranía de los yihadistas.