Madrid, Barcelona, San Sebastián... y la propia Ermua. El secuestro y posterior asesinato deMiguel Ángel Blanco echó a España a la calle. La sociedad despertó. No quería seguir hablando de tabús y le perdió el miedo al terror de ETA con gritos y manifestaciones en contra de los radicales. Por primera vez, las víctimas dejaron de apartar la mirada de la barbarie y pasaron a la acción.
El país vivió días de tensión. A las marchas solidarias por el secuestro del concejal del PP se sumaban las concentraciones de Batasuna por los suyos. Pero esta vez había una diferencia. Los vecinos de a pie ya no apartaban la mirada y eran precisamente ellos quienes obligaban a disolver las marchas que mostraban cualquier atisbo de apoyo a la acción armada de ETA.
"¡No son vascos, son asesinos!", "¡Asesinos, HB!", "¡HB, lo tienes que pagar!"... Son algunos de los gritos que se escuchaban por las calles de todo el país. La sensación era de hartazgo hacia el terrorismo. La situación había cambiado tanto que la Ertzantza, habitualmente repudiada por el independentismo radical en Euskadi, tuvo que proteger las sedes de Herri Batasuna y sus herriko tabernas. El adiós de Miguel Ángel Blanco, lo quiera o no ETA, supuso el principio del fin de la banda terrorista.
El trágico final de Blanco fundó a su vez el Espíritu de Ermua. La sociedad española y sus políticos, habituados a atentados contra militares y Guardia Civil, a bombas lapa y a mirar debajo de cada coche antes de arrancarlo, se plantaban ante ETA. La banda había provocado las iras, hasta ahora latentes, de una sociedad con ganas de venganza.
Los barrios reducto de HB recibieron la ocupación de las masas al grito de "¡Asesinos!". Resultaba extraño ver cómo la Ertzantza entraba en acción para defender precisamente las sedes de Batasuna. Cumplían con su trabajo con profesionalidad. Pero los agentes del País Vasco también aprovecharon la situación para reivindicar su posición contra el terrorismo de ETA: era la primera vez que se mostraban a cara descubierta. Sus ojos también miraban de frente a los de quienes perturbaban la paz en Euskadi.
Miguel Ángel Blanco murió asesinado a manos de ETA pero su muerte empezó a enterrar a la propia ETA. Había que esforzarse mucho para encontrar hasta la fecha un sentimiento de unidad tan unánime en la sociedad. El país entero lloró, sí; pero supo mirar al frente para plantarse ante una de las mayores lacras que seguía arrastrando la España del siglo XX.