Alemania fue un ejemplo a seguir para Franco. La organización y estructura nazi, donde imperaba la disciplina, el orden y la jerarquía como símbolos de orgullo patrio, embelesó al dictador español desde sus inicios. Bastó una reunión con Hitler en Hendaya para convencerse del todo de que España debía seguir el mismo camino, si bien años atrás ya seguía con una mezcla de admiración y desconfianza los movimientos del führer para ocupar Europa. A fin de cuentas, Franco anhelaba en gran parte devolver a nuestro país a ese 'glorioso' pasado como nación soberana del mundo, y aquel ideal pasaba necesariamente, como también entendía Hitler, por la investigación de la eugenesia y su aplicación social.
Este razonamiento hizo cobrar protagonismo en Alemania al médico Josef Mengele, conocido como el Ángel de la Muerte, por sus terribles estudios y experimentos con humanos en busca de una solución para crear el superhombre de Nietzsche. Un ser perfecto; más fuerte, más inteligente, más sano, que ayudase a través de su condición racial a la expansión del nacionalismo y contribuyese únicamente de forma beneficiosa a la consolidación del Tercer Reich. Para ello, los seres considerados inferiores tenían que quedar a un lado y, si era necesario, erradicarlos. El nazismo asumió aquellos 'sacrificios' como inevitables en el progreso y el fortalecimiento de la humanidad.
Esta premisa propia del fascismo también sentó las bases de los estudios de un psiquiatra que posteriormente sería recordado como el 'Mengele español'. Antonio Vallejo-Nájera vivió gran parte de su vida obsesionado con lo que denominó como gen rojo, culpable de un mal que, a su entender, acabó por destrozar España en lo económico, lo social y lo identitario; especialmente, en años de la II República. Comenzó a cultivar este pensamiento desde su temprana estancia en Alemania, en los años 20, y que consolidó en su regreso a España mientras su amado nazismo removía los cimientos del mundo y la historia.
Precisamente, la adulación de Vallejo-Nájera hacia el nacionalsocialismo procede de la interpretación que hacía el fascismo de los estudios de Nietzsche, a quien, según indicó en su 'Eugenesia de la hispanidad', había que agradecer "la resurrección de las ideas espartanas acerca del exterminio de los inferiores orgánicos y psíquicos, de los que llaman parásitos de la sociedad". Y continúa: "La sociedad moderna no admite tan crueles postulados en el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas incruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que les afectan El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en internar en penales, asilos y colonias a los tarados, con separación de sexos".
Fue tras afincarse en Madrid cuando empezó a enfocar sus estudios en la búsqueda de una relación entre el marxismo y una enfermedad degenerativa que provocaba en la izquierda libertaria el padecimiento de una "enfermedad mental". Sus teorías fueron auspiciadas por Franco, con quien cultivó una excelente relación que le permitiría, tras el estallido de la Guerra Civil, dar rienda suelta a una infinidad de elucubraciones pseudocientíficas que fueron fuertemente aplaudidas no solo por el dictador y los altos estamentos del franquismo; también, por Alemania e Italia.
A este pensamiento se refería Franco precisamente cuando el 1 de abril de 1939 anunció por radio, en un mensaje a toda la nación, el inicio de una nueva guerra que impulsaría el régimen casi hasta el fin de sus días: "Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior". Para hacer de la sociedad una masa homogénea inmune y perfecta, el franquismo debía probar a la misma la existencia de un mal que acechaba entre los círculos republicanos y de carácter libertario que aún se movían en silencio en la sociedad.
En su extensiva campaña propagandística, aprobó en 1938 la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas con Vallejo-Nájera al mando para dedicar los esfuerzos a "investigar las raíces psicofísicas del marxismo". La intención de este organismo estaba clara y decidida desde el primer momento: había que alentar el miedo al triunfo de los enemigos del régimen, culpables de las miserias pasadas, presentes y futuras de España.
El psiquiatra atacó a librepensadores, progresistas, protestantes y, en definitiva, a los defensores del igualitarismo social planteando esta y otras hipótesis: "El simplismo del ideario marxista y la igualdad social que propugna favorece su asimilación por inferiores mentales y deficientes culturales, incapaces de ideales espirituales, que hallan en los bienes materiales que ofrecen el comunismo y la democracia la satisfacción de sus apetencias animales. El inferior mental y el inculto encontraban en la política marxista medios de facilitarse la lucha por la vida".
Vallejo-Nájera repartió sus bases de investigación en los múltiples campos de concentración y trabajo donde ya vivían hacinados miles de presos del franquismo, pero fue en del San Pedro de Cardeña, en Burgos y en el Caserón de la Goleta de Málaga donde cobró notaria importancia su trabajo. Desde ambos sitios, el psiquiatra franquista se dedicó a proporcionar al régimen datos 'científicos' sobre la relación de la "inferioridad mental" de los enemigos de los sublevados y del franquismo y su marcada identidad como rojos. Sus principales objetos de estudio estaban marcados: un grupo de brigadistas internacionales y otro compuesto por 50 presas, a quienes sometió a una serie de mediciones físicas y psicólogicas, torturas de por medio, para justificar sus falsos resultados.
Del primero concluyó que "los marxistas aspiran al comunismo y a la igualdad de clases a causa de su inferioridad, de la que seguramente tienen conciencia. Y por ello se consideran incapaces de prosperar mediante el trabajo y el esfuerzo personal. Si se quiere la igualdad de clases no es por el afán de superarse, sino de que desciendan a su nivel aquellos que poseen un puesto social destacado, sea adquirido o heredado".
En base a esta interpretación, afirmó que "si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, la segregación de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible". Con el segundo grupo de investigación no solo dejó patente su odio visceral contra los enemigos del fascismo; también, hizo gala de una misoginia que, a una escala mayor, apuntalaba aún más la estructura heteropatriarcal del franquismo.
Para Vallejo-Nájera, la participación de la mujer en la revolución social contra el fascismo se debía a "su característica debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad" que acaban por despertar en las mujeres "el instinto de crueldad", y que la misma "no queda satisfecha con la ejecución del crimen, sino que aumenta durante su comisión". Por no quedarse corto, acusó a las mujeres de participar en revueltas políticas para "satisfacer sus apetencias sexuales latentes". La represión ejercida por el franquismo con sus presos y desafectos llegó de forma inherente a unas investigaciones que condenaron a España e, irónicamente, amplificaron la derrota de unos valores éticos y morales que siguen dibujando una sociedad debilitada y consumida por su odio 80 años después.