Pepe Larios apenas había cumplido la mayoría de edad cuando vivió por primera vez, en sus propias carnes, lo que significaba la radioactividad. Eran finales de los 70 cuando este cordobés, maestro de matemáticas, ahora ya con 68 años en las espaldas, vio cómo en su propia provincia los militares franquistas tuvieron que ingeniárselas para guardar los residuos que generaba su entretenimiento de la época: el intento de crear la bomba atómica española.

Era uno de los sueños de la dictadura: Franco anhelaba traer una "era atómica industrial" a España. Primero con la bomba, gracias a un reactor regalado por los americanos al Gobierno franquista, después con la energía nuclear. Pero jugar con uranio implicaba tener que encargarse de sus desechos radioactivos… así que decidieron enterrarlos.

¿Dónde? En una mina abandonada en Sierra Morena. A media hora de cualquier núcleo de población, de cualquier vecino, de cualquier fisgón. A escondidas, sin licencia. Y ahí sigue, aunque regularizada desde hace décadas, pero con una vida tóxica de 300 años.

El Cabril, así se llama, es el único cementerio nuclear de España. En Hornachuelos (Córdoba), a más de hora y media de la capital califal, es un almacén de residuos radiactivos de baja y media actividad, contra el que Pepe y miles de ciudadanos se han manifestado una y otra vez. Sin éxito.

Una de las múltiples manifestaciones ciudadanas que tuvieron lugar en los años 90 para reclamar el desmantelamiento de El Cabril.

El papel de la nuclear en España

Hoy, la nuclear es la primera fuente de energía en nuestro país. El 22% de la electricidad que consumimos procede de las cinco centrales abiertas en España: Almaraz (Cáceres), Trillo (Guadalajara), Cofrentes (Valencia), Vandellós y Ascó (ambas en Tarragona). Ninguna está, siquiera, cerca de Córdoba.

Sin embargo, el plan del Gobierno pasa por cerrar todas ellas al cumplir 40 años de vida útil. Alemania, por ejemplo, está ya a punto de lograrlo, pero Francia ha reabierto el debate con su anuncio de nuevos reactores nucleares.

En medio de la fuerte crisis energética que vivimos, con la factura de la luz por los cielos, cabe preguntarse si más nuclear significa menos dinero. Pero los expertos consultados por laSexta son claros: no. El tren de la energía nuclear en España ya pasó y el futuro -por sostenibilidad y por precio- va por las renovables.

"Dentro de 12 años, la energía nuclear será la base fundamental de la producción eléctrica en nuestra patria", proclamaba Franco en la inauguración de la central nuclear de Garoña, allá por el año 1966. Quiso apostar todo al átomo para cambiar la manera de consumir energía en España. Y, en cierta manera, así es a día de hoy.

La nuclear es una de las principales fuentes de electricidad de nuestro país. Con datos de este mismo jueves, ofrecidos por Red Eléctrica y consultados por laSexta.com, es la tercera energía en generación tras la eólica y los ciclos combinados de gas natural, pese a que es solo la quinta en cuanto a potencia instalada, por detrás de la hidráulica y la solar fotovoltaica.

Imagen del exterior de la central nuclear de Garoña.

Nucleares para rato

Si la amenaza de las grandes eléctricas no se cumplen, hay nucleares para rato en España. Según el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (Pniec), el primer cese previsto es el de Almaraz I, en noviembre de 2027, y el último reactor de la central de Trillo echará la persiana en mayo de 2035. A corto y medio plazo, el engranaje energético español seguirá contando con la nuclear.

Por no hablar que, además, dependemos del gas natural, que anda por las nubes y sin atisbo de bajar a tierra; que se ha de abordar una transición inapelable hacia la descarbonización, y la soberanía energética es cada vez más seductora cuando decisiones tomadas en Rusia, en Argelia o en China nos suben aquí la factura.

Pero, a pesar de la gran ventaja de la nuclear -mucha potencia, cero emisiones-, y que lleva a Foro Nuclear, la patronal de la industria, argüir que se trata de una energía “imprescindible para España y la fuente que más electricidad produce” desde hace diez años, no es oro todo lo que reluce.

Más nuclear no implica menos factura

Hay una disonancia entre la energía que necesitamos y la disponible. La consecuencia es que Reino Unido ha llegado a pagar casi 3.000 euros por megavatio hora. Italia, Alemania y España llevan meses arrastrando cifras récord, con picos de más de 300 euros. Lo paradójico es que ese precio viene marcado por el gas que, sin embargo, genera sólo una pequeña parte de la electricidad.

"El gas afecta a la luz aunque produzca parte pequeña por el sistema de fijación de precio de la luz. La energía más cara que entra cada hora a producir electricidad determina el precio de todas las centrales que participan en esa misma hora independientemente de su precio. Esto impide que podamos ver el beneficio de tener más renovables en el mercado eléctrico porque está enmasacarado por el precio del gas", explica Sara Pizzinato, responsable de Energías Renovables en Greenpeace, a laSexta.

¿Qué papel tiene la nuclear en el resto del mundo?

Los altos precios del gas y el fin de determinados prejuicios sobre la peligrosidad de la energía nuclear no han generado, al menos por ahora, un repunte atómico en el mundo, aunque tampoco se ha venido abajo. En términos generales, se mantiene. Según el World Nuclear Report de 2021, la potencia nuclear instalada alcanzó su máximo en 2002, sufrió un bajón tras el accidente de Fukushima y, después, inició una lenta recuperación que la coloca en 2021 en los 369 GW, no muy lejos de los 310 GW de 1989.

En España y en Europa, los partidos de derechas, en incluso algunos sectores minoritarios de la izquierda, suelen defender la energía nuclear como sinónimo de soberanía energética y para abanderarla contra los ecologistas. Pero las empresas eléctricas no se están distrayendo del verdadero negocio: las renovables. Apostar por la nuclear requiere una gran inversión y la energía renovable es barata, de fácil amortización, incentivada por casi cualquier ordenamiento jurídico y con riesgos mínimos.

De hecho, la Comisión Europea y el Gobierno español, en plena gresca por la reforma eléctrica, coinciden en que la solución a la crisis energética actual es dejar de depender del gas para caminar hacia unos próximos años con energías limpias, no con reactores atómicos. El uranio, simplemente, no interesa.

¿Podemos vivir sin nuclear?

Pepe Larios, que con los años se convirtió en activista ecologista y en la actualidad es el presidente de Fundación Transición Verde, cree que podemos vivir fácilmente sin energía nuclear, sin cortes ni desabastecimiento.

“El accidente de Fukushima lo ha puesto en evidencia. En un país hipernuclearizado como es Japón, estuvieron durante un montón de tiempo sin sus centrales nucleares, y no tuvieron apagones significativos”, explica en su charla con laSexta.com. “Cambiaron sus tecnologías, y han estado viviendo sin centrales nucleares”

Así las cosas, y viendo cómo ha evolucionado la seguridad en las centrales nucleares en estas décadas tras accidentes como los de Three Miles Island, Chernobyl o Fukushima -cada vez menos probables-, queda por resolver cuál es el gran contra de la nuclear.

Es sencillo: cómo gestionar los residuos radioactivos. Y de eso sólo saben en El Cabril.

La ciudadanía se movilizó de manera masiva contra El Cabril hasta que ENRESA indemnizó a los ayuntamientos, triplicando así los presupuestos municipales.

La vida junto a un cementerio nuclear

Los alrededores del cementerio nuclear -cuya ampliación de capacidad está prevista para los próximos años- son terrenos y terrenos dedicados, casi en exclusiva, a la agricultura. El Cabril está justo a orillas de la frontera entre Andalucía y Extremadura, y casi en el límite de un Parque Natural -el de Hornachuelos-, que cuenta con cierta actividad sísmica históricamente, en la cuenca norte del Guadalquivir.

Más allá de Hornachuelos, a media hora en coche de distancia, poco hay cerca de El Cabril. Fuente Obejuna o Peñarroya-Pueblonuevo, otros núcleos de población de la zona, están más alejados aún, aunque es donde residen, distribuidos, los 150 trabajadores de la planta.

Poco queda de las movilizaciones ciudadanas de los años 80 y 90 que protestaban contra el cementerio nuclear, del que los cordobeses tomaron conciencia de su existencia cuando ya llevaba años de actividad casi clandestina. “A los ciudadanos se les compensa económicamente a partir de las movilizaciones”, explica Pepe Larios.

En 1987, el alcalde de Hornachuelos convocó una huelga general en protesta. Pero en 1992, “prácticamente a la vez que se aprueba El Cabril, sale en el BOE una compensación económica a una serie de ayuntamientos de la zona”. El reparto final fue de un 50% de las ayudas para Hornachuelos, 35% para Fuente Obejuna, y el resto, a partes iguales, para los consistorios de Navas de la Concepción y Alanís.

“La Fundación de ENRESA (la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos) también llegaba donde no llegaba el BOE”, comenta Pepe con sorna. “Unos pescadores organizaban un festival de pesca, le pagaban todos; viajes organizados para institutos; enseñantes, sanitarios se los llevaban a Madrid a gastos pagados a contarles las bondades de la energía nuclear. ¿Si esos residuos que se almacenan no son peligrosos, por qué indemniza?”, señala.

El Ayuntamiento de Hornachuelos llegó incluso a convocar una huelga general tras conocer que en su territorio se había instalado un almacén de residuos radioactivos de manera subrepticia.

Todo el rechazo popular -similar al que se ha vivido en otras ocasiones en nuestro país, en otras zonas con otros tejidos productivos, cuando se han intentado abrir otros cementerios nucleares- se vino abajo. "En el 92 cuando llegan los fondos, vía BOE, se calman los ánimos, entre otras cosas porque al Ayuntamiento le triplican el presupuesto municipal”, subraya Pepe.

Él ha continuado con su lucha porque no se saben las consecuencias de la energía nuclear. Lo cierto es que en la zona nunca se ha hecho un estudio epidemiológico, porque no hay población suficiente para que sea de entidad. No tendría por qué, si no ha habido accidentes. Pero lo cierto es que no hay datos que lo avalen.

Es una hipoteca para la generación venidera de difícil gestión. Son unas empresas las que se benefician de la generación de electricidad con esa energía, pero se dejan unos restos que van a costar muchísimo más dinero que los posibles beneficios que han sacado”, se lamenta Pepe. Quizás por ello le ha dedicado su vida a El Cabril. Y quizás por eso no duda ahora usar su lucha, sus años, sus días, para enseñar por qué, en nuestro país, la nuclear no es la solución.

Las protestas ciudadanas continúan a día de hoy en contra de la ampliación de la capacidad de El Cabril, que tiene una vida tóxica conocida de 400 años.