Los arrebatos de furia de John el yihadista muestran el maltrato físico y psicológico constante al que sometieron a todos los secuestrados. Furia siempre acompañada de palizas. Lo cuenta Javier Espinosa en 'El Mundo'. Un episodio en el que el terrorista acusa a Ricardo Vilanova, otro de los tres españoles secuestrados, de vigilarle, y que sirve a los presos para obtener algo de información sobre su pasado de matón en Reino Unido.

Un chalet a orillas del río Eúfrates, al sur de la ciudad siria de Raqqa, es el escenario de sus torturas. Un lugar donde las ladillas, el hambre y la diarrea son la única compañía de su cautiverio. Allí los 'Beatles' se desahogaban con sus víctimas. Los llamaban así por su significado en ingles: 'los golpeadores'. Su cabecilla tenía fijación con el estadounidense Jim Foley, el primer decapitado.

Una presión psicológica que luego cambió de objetivo, según Espinosa. Peter Kassig, el quinto decapitado, se convirtió en la diana de todas sus fechorías, acusado de haber servido en el ejército estadounidense.

El grupo de terroristas se instala en una habitación contigua a los presos y es ahí cuando se convierten en su juguete. Son golpeados y exhibidos como animales ante los amigos de los yihadistas que visitaban el chalet. Y en ocasiones les utilizan para entrenar su puntería. En medio de estas sanguinarias prácticas, la lucha por la dignidad se hace muy complicada.

Marc Marginedas cuenta en 'El Periódico' que los 'Beatles' les utilizaron para materializar sus locuras en su propio laboratorio. Asegura que les daban sus sobras de comida para que uno de los presos decidiera quién se alimentaba y romper así la complicidad entre ellos: "Utilizaban a uno de los secuestrados para romper la cohesión del grupo". De esta manera también evitaban cualquier complot de huida. Un perversa manipulación propia del fanatismo de los terroristas.