La imagen se coló en sus hogares hace tres meses: cientos de cuerpos amontonados en uno de los pasos fronterizos que separan Nador de Melilla. Muchos de ustedes se quedaron sobrecogidos con los vídeos de 1.600 personas golpeadas en un intento masivo de llegar a Europa. LaSexta ha viajado a Melilla para reconstruir la historia de cuatro de esas víctimas a través de los testimonios de familiares y amigos que sí lograron cruzar. 23 personas perdieron la vida, según las autoridades marroquíes (40 según algunas ONGs como Caminando Fronteras). Más de 70 siguen desaparecidas. Más allá de las cifras, ponemos nombre a 'Los Nadie'.
MOHAMED SALAH
35 años | Moundou (Chad)
Su primo asegura que murió frente a él
No pudo aprender a leer hasta los 28 años
BISHARA IBRAHIM IDRISS
16 años | Campamento de refugiados de Nyala (Darfur)
Desaparecido
Su madre falleció de cáncer durante su ruta migratoria
MYASAR ABDELKARIM
22 años | Omdurmán (Sudán)
Murió en Rabat días despúes del salto
Pasó cuatro días sin comer en los montes de Nador
ABDUL RAHIM A. L. (HANIN)
26 años | Jartum (Sudán)
La AMDH certifica que varias personas lo vieron muerto
A su primo le informaron de su muerte por Facebook
Nos reunimos con sus compañeros en un descampado en Melilla, entre el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) y un lujoso campo de golf situado junto a la valla. Un reflejo perfecto del primer y tercer mundo. Nos cuentan sus historias personales, los sueños con los que empezaron su viaje rumbo a Europa. Una ruta repleta de peligros, torturas y miseria.
En agosto de 2020, en la puerta de la vivienda que compartían en Yamena, capital del Chad, Mohamed Salah le comentó a su primo Moustapha Ali Ibrahim su idea de cruzar a Europa en busca de una vida mejor. Salah había llegado a la ciudad en 2014, dejando atrás el municipio de Moundou, donde vivía con seis hermanos en una casa alquilada que apenas podían pagar. En Moundou se dedicaba a la agricultura. Su vida era humilde. Hasta que no llegó a Yamena no tuvo oportunidad de aprender a leer y a escribir, lo que le ayudó a buscarse la vida vendiendo ropa en mercadillos. Pero eran empleos demasiado efímeros y las oportunidades escaseaban. Sobre todo, teniendo en cuenta la inestabilidad del país, gobernado en ese momento por el militar Idriss Déby, que durante treinta años mantuvo un sistema dictatorial y represivo. En 2021 el tirano murió en combate contra fuerzas rebeldes y el poder lo ocupó su hijo, Mahamat Idriss Déby, que mantiene su estela política y en cuyo nombramiento estuvo el propio presidente francés, Emmanuel Macron.
"Si lo intentábamos por mar, los mismos tíos que nos metían en la patera, llamarían a los guardacostas"
"Vivir en un sistema dictatorial en el que no te puedes expresar, en el que ves que no tienes futuro y en el que cuando sales a la calle a manifestarte te juegas la vida mientras desde Occidente además se le está dando apoyo, te hace repensar muchas cosas; mirar hacia otros horizontes", explica el analista internacional Sani Ladan. Y eso precisamente fue lo que le pasó a Moustapha cuando le respondió a su primo, sin dudarlo un segundo, que lo acompañaría en el viaje.
Hablamos dos años después con Moustapha en Melilla. Él fue uno de los 133 migrantes que lograron cruzar a España en ese salto masivo del pasado junio. Mohamed, en cambio, no tuvo la misma suerte. Lo primero que destaca de su primo es el sentido del humor que tenía. Hacía bromas hasta con los problemas con los que se podían encontrar en el viaje. "Me decía que si lo intentábamos por mar, desde Libia a Italia, seguro que nos iba a tocar pagar 3.000 euros y los mismos tíos que nos metían en la patera, llamarían a los guardacostas para que nos apresaran. Dirían: 'Ya tienes a estos dos tontos aquí. No, primo, tenemos que ir por tierra'", recuerda este chadiano.
Moustapha Ali Ibrahim nos muestra una foto de su primo
Ocho meses antes de que empezara el viaje de Moustapha y Mohamed, Bishara Ibrahim Idriss salía del campamento de refugiados de Nyala, en Darfur, acompañado también de su primo: Mohamed Faisal, al que conocimos el pasado mes de julio en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla.
Ibrahim Idriss solo tenía 14 años cuando emprendió la ruta rumbo a Europa. Estudiaba secundaria en Darfur pero los conflictos armados frenaron las clases y sus oportunidades. La principal característica de este joven, según detalla su primo, era lo callado y triste que estaba siempre. "Era muy normal verlo sentado solo durante el viaje, sin apenas hablar con nadie". Quizá, precisa Faisal, tenía algo que ver que cuando abandonaron el campamento su madre sufría cáncer. Lo que sí que tenía era un sueño: ser fotógrafo. "Quería volver a nuestro país a hacer fotos de las zonas de guerra y mostrarle al mundo lo que estaba pasando allí. También le hacía ilusión fotografiar un árbol grande que le recordaba a su infancia", cuenta su primo. Ambos fueron otros dos de los protagonistas del famoso y reciente salto en Melilla.
Mohamed Sandal (en el centro) junto a Munder Sulaiman (drcha.) en un descampado frente al CETI de Melilla
El sudanés Mohamed Sandal conoció a su paisano Myasar Abdelkarim en el periférico barrio de Takadoum de Rabat (Marruecos) Llegaron a compartir un pequeño piso en el que, junto a otros subsaharianos, se escondían de los gendarmes y los paramilitares marroquíes para que no los detuvieran. "Es muy complicado tener un momento normal o alegre en Marruecos. En el tiempo que estuvimos en Rabat no fuimos ni a un parque porque teníamos miedo", recuerda Sandal desde el CETI de Melilla. "Yo le decía que tenía que conseguir un papel de asilo para protegerse un poco". De Myasar subraya que, pese a los peligros que les acechaban, "era un chico muy tranquilo, pocas veces se alteraba".
Un café en Casablanca fue el lugar donde a Munder Sulaiman le presentaron a Abdul Rahim Abdul Latif, conocido como Hanin. Conectaron rápidamente porque ambos venían de la misma zona de Sudán: de Omdurman y Jartum (la capital), situadas a escasos kilómetros. A Hanin, nos dice Sulaiman, lo conocía todo el mundo, "era un tipo muy gracioso, con don de gentes, era un tipo muy apuesto y popular. Y estaba muy fuerte, pasaba mucho tiempo en el gimnasio", destaca. Con esa fortaleza aguantó meses malviviendo en las calles de Marruecos hasta que llegó el momento de tratar de cruzar por el paso fronterizo del Barrio Chino de Nador.
EL VIAJE
La aventura de Mohamed Salah y su primo Moustapha Ali Ibrahim arrancó el 1 de septiembre de 2020. Primero cruzaron la frontera del norte del Chad con el sur de Libia, y para atravesar el desierto que les separaba de Trípoli, su primer destino, contrataron a unos guías locales que aseguraban conocer el terreno.
Al llegar a Bani Walid, a 250 kilómetros de la capital, les explicaron que harían una parada para recoger gente. Los metieron en una pequeña habitación de una vivienda y les pidieron que esperaran allí. "Pero en vez de otros migrantes, llegaron unos señores con barbas largas y kaláshnikov. Nos dijeron que fuéramos poniéndonos en contacto con nuestras familias para que reunieran 1.500 euros por cada uno de nosotros, porque si no pagamos, no saldríamos de allí", indica Moustapha, que pasó en ese pequeño habitáculo con su primo la friolera de 4 meses.
"Nos daban solo un plato de macarrones al día y palizas por la noche… Aún así, mi primo, era muy protestón y se pasaba los días gritándoles que no teníamos dinero para pagarles, que no podían tenernos allí encerrados. Como castigo, lo desnudaban, lo ataban de pies y manos, prendían una botella de plástico y derramaban la sustancia derretida por su espalda", relata.
"Salen a cazarlos por la noche, los meten en tarquinas y les hacen pedir dinero a sus familias… O los venden como si fueran ganado"
Libia es un auténtico infierno para los migrantes que pasan por ahí, nos explica el analista Sani Ladan. Sobre todo Trípoli. La inestabilidad de este "estado fallido", tras el derrocamiento de Mohammad Gadafi, ha llevado a algunos milicianos a dedicarse a lo que él denomina 'la caza del migrante'. "Salen a cazarlos por la noche, los meten en tarquinas y les hacen pedir dinero a sus familias… O los venden como si fueran ganado en algunos mercados. Es demencial", manifiesta. "Tampoco olvidemos que desde el gobierno Italiano se hacen aportaciones económicas a Libia para que, entre comillas, frenen la migración. A veces son los propios guardacostas los que fletan pateras con migrantes, para después frenarlas. De alguna manera tienen que justificar que hacen su trabajo y que el dinero está bien invertido. Al final es como un pez que se muerde la cola. Muchos países europeos invierten en países norteafricanos para que les hagan el trabajo sucio, ese trabajo que se suele pasar por alto los derechos humanos, un trabajo cruel e inhumano", añade.
"A veces nos pillaban los mehanis y nos obligaban a que nos pegáramos entre nosotros. Si no lo hacíamos, nos pegaban con palos"
Bishara Ibrahim Idriss y su primo Mohamed Faisal también pasaron por el infierno libio. Fueron arrestados más de cuatro veces. "No respetaban que fueras menor de edad. Llegamos a hablar con la delegación de la ONU en Trípoli tras el primero de los secuestros. Les decíamos que necesitábamos ayuda, que no teníamos ni para comer, ni dónde dormir, ni ningún tipo de recurso económico. Nos prometían una cita que nunca llegaba y, en esas esperas, nos volvían a encarcelar", destaca Faisal.
Así estuvieron año y medio. Incluso llegaron a intentar cruzar a Italia en una patera pero la guardia costera los detuvo. Cuando consiguieron el dinero suficiente para atravesar Argelia y Marruecos, su aventura no fue mucho más agradable. Eran días de dormir a la intemperie y de evitar toparse con policías o militares. "A veces nos pillaban los mehanis y nos obligaban a que nos pegáramos entre nosotros. Si no lo hacíamos, nos enfrentábamos a que nos pegaran con palos", describe nuestro narrador con voz temblorosa. Fueron meses duros.
Intentaron varias veces cruzar la valla con España. Tanto por Nador como por Ceuta. Sin éxito. No desistieron aunque sabían que el precio que tenían que pagar si los cazaban sería enorme. "Te tienen 12 horas sin comer y luego te trasladan a un lugar fronterizo del sur de Marruecos como Chichaoua o Zawiya. Desde allí tienes que volver a empezar y estás deshidratado y hecho polvo". En mitad de estos vaivenes en Marruecos, se enteraron de que la madre de Bishara había muerto.
Mohamed Faisal muestra la foto de su primo, Bishara Ibrahim Idriss, al que todavía sueña con encontrar
Mohamed Salah y Moustapha Ali Ibrahim tardaron siete meses en salir de Libia; cuatro para que su familia reuniera el dinero para pagar a sus captores a través de préstamos y la venta de lo poco que tenían -ganado, tierras, etc…- y tres para reponerlo trabajando. Tras esas jornadas laborales en fábricas, trataban de dormir dentro de las mismas naves. Ni se planteaban salir a la calle. Estaban aterrados por la idea de que volvieran a apresarlos. Para llegar a Argelia tuvieron que caminar 27 días. "Tomábamos solamente cous cous con un poco de agua, para poder sobrellevar el camino", dice Moustapha.
Trataban de pasar desapercibidos para las fuerzas de seguridad. Para cruzar a Marruecos tenían dos rutas: una corta de dos horas y una larga en la que daban un rodeo de más de dos días por pueblos fronterizos. En la corta les pilló la Policía argelina y les quitó el poco dinero que habían conseguido reunir para proseguir con su viaje. Vuelta al punto de partida. Les tocó intentar la ruta larga.
Cada día cientos de migrantes se someten a ese juego del ratón y el gato con la Policía y los militares. Muchos ciudadanos norteafricanos también les ponen palos en la rueda. Por ejemplo, Mohamed Sandal y Myasar Abdelkarim cogieron un autobús desde Rabat hasta Nador, y cuando quedaban 150 kilómetros, a la altura de Guercif, el conductor les dijo que se bajaran porque había un puesto fronterizo, que trataran de cruzarlo a pie, ya que así sería más fácil. "Nos aseguró que nos esperaría al otro lado, junto a una torre que podíamos ver desde el autobús. Cuando cruzamos y alcanzamos el punto de encuentro, vimos cómo el autobús pasaba por delante de nuestras narices, sin parar. Nos dejó tirados", detalla con tristeza Sandal.
Hanin durante la larga ruta recorrida para llegar a Nador (Marruecos)
El analista Sani Ladan considera que más allá de la corrupción policial, hay un problema que azota el norte de África: la negrofobia. "Mucha gente tiene interiorizado ese odio al negro. Yo he hecho también mi ruta y cuando llegabas a muchos pueblos de Marruecos, los niños te tiraban piedras. En muchos lugares forma parte del ADN", desarrolla.
Tras muchos meses de sufrimiento todos nuestros protagonistas alcanzaron los montes de Nador en los que se refugian miles de subsaharianos antes de dar el salto a la valla. Es la última parada del viaje. Destino Europa
El salto
En el monte de Seluán (Marruecos), Myasar Abdelkarim llegó a estar más de cuatro días sin comer ni beber porque la Policía, además de darles una buena paliza, les quitó todo lo que tenían. Este tipo de presiones los llevó a todos al Gurugú. Había una especie de intención de concentrarlos para que salieran todos a la vez hacia la valla.
"Cuando estábamos en el Gurugú vino la Policía y nos dijo que teníamos 24 horas para entregarnos o podían hacer con nosotros lo que quisieran. Así que nos reunimos todos los que estábamos allí y decidimos intentar el salto", relata Moustapha Ali Ibrahim. Era el 24 de junio de 2022. El día de la masacre.
"Es su manera de presionar a Europa"
El portavoz de la delegación de Nador de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), Omar Naji, considera que el Gobierno de Marruecos lo tenía todo perfectamente orquestado para realizar una demostración de fuerza ante España y reflejar qué podía pasar si se va de las manos el control fronterizo. "Es su manera de presionar a Europa", indica. Podrían haber frenado a mitad de camino la llegada de los 1.600 migrantes que se dirigieron hacia el puesto fronterizo del Barrio Chino. No lo hicieron. Les dejaron caminar más de 6 kilómetros mientras las fuerzas marroquíes les esperaban justo al lado de la valla. Querían generar una batalla, dicen, que pudiera ver España desde primera línea y lo consiguieron. Más que batalla, fue una actuación policial sanguinaria.
"Lo levanté y empecé a gritarle: 'Mohamed, Mohamed'... Pero no contestaba"
Mohamed Faisal se pasó la noche previa al 24 de junio abrazado a su primo y a otro amigo. Y agarrados de los hombros entraron también en el puesto fronterizo mientras las piedras de los gendarmes marroquíes caían como si fueran lluvia. Eso los separó. Se generaron, nos cuentan, dos grupos: los que pudieron entrar y los que escaparon de nuevo hacia el monte. Myasar entró entre empujones y porrazos, ni siquiera sabía lo que ocurría, estaba totalmente desconcertado por el hambre y el desgaste.
Los gases lacrimógenos, según Moustapha Ali Ibrahim, no les permitían ni siquiera verse las caras entre ellos. Era angustioso. Como podían, iban abriendo las diferentes puertas que les permitían cruzar cada una de las vallas que dividen este puesto. La que más costó que cediera fue la que ya lindaba con suelo español. Pero sus compañeros lo consiguieron. Solo quedaban 100 metros para alcanzar su objetivo pero un proyectil aturdidor, con los que también trataban de frenarlos los gendarmes, impactó sobre su pierna y cayó al suelo. Tenía varias heridas pero había que seguir, nos dice, solo le quedaban 100 metros. Se levantó y vio a su primo Mohamed tirado en el suelo. Corrió hacia él. Vio como salía sangre de su frente. "Lo levanté y empecé a gritarle: 'Mohamed, Mohamed'... Pero no contestaba", recuerda con la voz entrecortada. Uno de esos proyectiles había impactado en su frente y le había arrancado carne de la cabeza. Le buscó el pulso y vio que no tenía. Estaba muerto.
"¿Cómo les decía que yo estaba vivo, en España, y Mohamed, muerto?"
Frente a él, observó cómo los gendarmes marroquíes atizaban con sus porras a varios sudaneses. La sangre era incesante. "Si no me iba a de allí, me iban a matar". Y con todo el dolor de su alma y cojeando, dejó en el suelo a su compañero de vida y de viaje, saltó la valla con la pierna lesionada como buenamente pudo y encaró, en carrera, el camino hacia el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla. Tardó una semana en atreverse a llamar a su familia. "¿Cómo les decía que yo estaba vivo, en España, y Mohamed, muerto?".
Un migrante herido al cruzar la valla de Melilla tras la tragedia de Nador
EFE
Mohamed Faisal se enteró de que Bishara Ibrahim Idriss se encontraba grave porque lo llamaron otros compañeros cuando él ya había cruzado. "Me decían que estaba tendido en el suelo con una herida importante en la cabeza. Llamamos a hospitales, a las cárceles, y no estaba en ningún lado", describe. De momento, no saben nada sobre su paradero. Ni si está vivo o muerto.
En el caso de Abdul Rahim Abdul Latif, más de seis personas certifican que le vieron muerto según las indagaciones que ha realizado la AMDH. Ante la falta de transparencia sobre el suceso, éste es su protocolo para certificar muertes: más de cuatro testimonios que lo atestigüen. Así, a través de testimonios de diferentes testigos han podido confirmar la identidad de 10 de los 27 muertos que ellos contabilizan aquel día. Aunque el balance oficial es de 23 víctimas mortales, desde la AMDH suben la cifra y no dudan de que pudo haber incluso más.
"Llevaba cuatro días sin comer, estaba en shock y había recibido muchos golpes de los gendarmes"
Mohamed Sandal nos pone en contacto con otro amigo de Myasar Abdelkarim. Se llama Youssef, también es sudanés y vive en Rabat. Junto a él, Myasar, pasó las últimas horas de su vida. Nos lo cuenta por videollamada, ocultando su rostro porque acaba de conseguir un permiso de asilo y teme represalias por parte del gobierno marroquí. Nos cuenta que, tras el salto, Myasar y otros muchos subsaharianos fueron introducidos en un autobús y trasladados hasta un pueblo a unos 60 kilómetros de Rabat. "Estaba tan hecho polvo que no sabía ni lo que hacían con él. Llevaba cuatro días sin comer, estaba en shock y había recibido muchos golpes por parte de los gendarmes", detalla.
"No era capaz de reconocerlo, estaba consumido, era un esqueleto. Él me decía: 'Soy yo, Myasar"
Cuando Myasar consiguió llegar a Rabat y se reencontró con él, "no era capaz de reconocerlo, estaba consumido, era un esqueleto. Él me decía: 'Soy yo, Myasar, ¿no me reconoces?' Y yo le decía que no, que no lo reconocía… Estaba destrozado, era otra persona". Youssef lo acogió un par de días en su casa. Myasar no era capaz ni de comer ni de beber. Apenas de articular palabras con claridad. Acabó llevándolo al hospital de Ibn Sinat de Rabat. Desde fuera de la sala de urgencias solo lo escuchaban gritar: "¡No visteis lo que pasó! ¡No visteis lo que pasó!". Al rato, los gritos cesaron. Myasar había muerto. Entre las causas de su fallecimiento, el equipo médico indicó que el cuerpo de este joven de 24 años no tenía líquido. Youssef tiene claro que su muerte se debe a la brutalidad empleada por la Policía tanto antes como durante en el salto en el puesto fronterizo del Barrio Chino.
Fotos del entierro de Myasar Abdelkarim en Rabat
AMDH
Con la ayuda de la embajada de Sudán, consiguieron enterrarlo y que tuviera un funeral. Es de las pocas víctimas de ese día de barbarie del 24 de junio que ha encontrado sepultura. El resto sigue a la espera.
La búsqueda
Desde su casa de Trípoli (Libia), el sudanés Hassan Mohomed vio el 24 de junio por televisión las dantescas imágenes de lo que había ocurrido en la frontera entre Marruecos y España. Rápidamente pensó en su primo, Hanin. Aunque Mohomed se había trasladado hace años a territorio libio, continuaban en contacto a través de las redes sociales y había seguido su ruta desde el primer día. Sabía que en ese momento se encontraba en el monte Gurugú, esperando su momento para saltar, por lo que si los periodistas hablaban de más de 1.600 migrantes, había bastantes probabilidades de que Hanin se encontrara entre ellos.
Lo llamó una y otra vez, y no contestaba. Repasó las imágenes difundidas por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), en las que se veían los rostros de varios de los arrestados, de los golpeados y de los que se encontraban tendidos en el suelo. De los que parecían muertos… Contactamos con Hassan Mohomed a través de un post que colgó en Facebook, en el que preguntaba por su primo.
El post de Facebook que publicó el primo de Hanin
Los propios migrantes que consiguieron cruzar o que se quedaron en Marruecos tras el brutal incidente, crearon una página en Facebook para que los familiares de los desaparecidos pudieran publicar fotos de ellos y solicitar información. Para descubrir si se encontraban entre los más de veinte cadáveres congelados en la morgue del hospital Hassani de Nador. Porque así siguen más dos meses y medio después.
La página cuenta con más de un centenar de publicaciones con fotografías de desaparecidos, y el número de mensajes ofreciendo información o ánimos es incalculable.
"No hay ninguna vía oficial a la que acudir. Parece que son seres humanos que no importan"
Para desgracia Mohomed, varias de las personas que contestaban a su publicación, aseguraban que Hanin había muerto. "Me hablaban de fotos pero al final nadie lo había visto con sus propios ojos. No hay ninguna vía oficial a la que podamos acudir. Parece que son seres humanos que no importan. Nosotros, su familia, ya hemos hecho nuestro propio luto y hemos dejado el alma de Hanin en manos de Dios, esperando que descanse en paz", sentencia.
Fosas en el cementerio de Nador tras la tragedia
EFE
El investigador de la AMDH, Omar Naji, nos explica que antes del 24 de junio cuando se encontraban cuerpos de migrantes en la costa de Nador y su familia sospechaba que podía ser un pariente, "nos enviaban una foto y nosotros íbamos a la morgue. Allí le enseñábamos la foto al encargado y, normalmente, nos respondían. Pero desde que ocurrió este salto masivo, nos han cortado el grifo. Hemos escrito a diferentes departamentos del gobierno marroquí y no conseguimos obtener respuestas".
"En su lápida solo tienen un símbolo que indica el sexo, un número y la fecha de la muerte"
La identificación de las víctimas es el último paso que evidencia el poco valor que tuvieton sus vidas. Mueren sin nombre, sin rostro, sin lágrimas. En el cementerio de Nador hay más de 300 tumbas de migrantes que trataron de cruzar a Europa. "La mayoría son de personas sin identificar. En su lápida solo tienen un símbolo que indica el sexo, un número y la fecha de la muerte", dice este activista. Desde lo ocurrido en el Barrio Chino, decenas de familias sudanesas se han puesto en contacto con su organización y están realizando informes con el número de personas que han logrado identificar. Sus últimas cifras son 70 desaparecidos y 10 muertos a los que han podido poner rostro.
Una de las lápidas de un migrante en el cementerio de Nador (Marruecos) sin nombre ni apellidos.
AMDH
Junto a ellos colaboran otras ONG internacionales como Mena Rights, radicada en Suiza. Varios miembros se desplazaron a Marruecos, reunieron evidencias de lo ocurrido, las recogieron en un documento y las trasladaron a la ONU, que cuenta con un comité para seguir casos de desapariciones. "Es normal que algo tan inhumano acapare la atención internacional. Hemos visto todos esos cuerpos tirados y esa falta de humanidad en la frontera. Son imágenes que nos dejaron a todos en shock", argumenta Alexis Thiry, portavoz de esta organización, que también está dando soporte a familias sudanesas, algunas de ellas residentes en Europa, para localizar a sus parientes.
"Nos acordaremos cada día de la violencia ejercida junto a la valla"
Para Omar Naji es crucial que se identifiquen a todos los seres humanos que perdieron la vida y se les entierre en el cementerio de Nador con su nombre y su apellido. "De esta manera, nos acordaremos cada año, e incluso cada día, de la violencia ejercida junto a la valla tanto por las fuerzas de seguridad marroquíes como por las españolas.", subraya
Traductores: Blanca Tadorián Ramos, Alicia Martínez, Sara Ouchen y Okba Mohammad.
Diseño Web: María Ángeles Cámara, Sandra Bustos y Bernabé Carrillo
Realización: Juan Gutiérrez, Adrián Carreira y Sergio Hontanilla
Documentación: Mónica Sánchez y Juan Manuel Loiro
Redes Sociales: Jorge Sastre
Grafismo: Ignacio Sanz y Adrián Martín
Coordinación: Sara Campos Román
Agradecimientos a los periodistas Javier Angosto y a José Antonio Bautista (PorCausa), y a Bashir Hamid, que nos ayudó a contactar con los familiares y amigos, y también se jugó la vida saltando la valla el 24 de junio. También a las organizaciones Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) de Nador y Mena Rights Group de Châtelaine (Suiza). Y sobre todo a todos los amigos y familiares de Sudán y Chad que abrieron heridas, aún sin cerrar, para ofrecernos este importante relato.
Agradecemos la colaboración de: