Hitler siempre acogía a los españoles -y a todo aquel que no entrara en sus planes nazis- con la misma frase: "Entráis por la puerta y saldréis por la chimenea". El conocido 'Arbeit macht frei' ('El trabajo os hará libres') que presidía la entrada a los campos de concentración nazis era mentira. Ya lo sabemos, pero conviene recordarlo.
En los campos de concentración se trabajaba mucho, sí. Pero eso no liberaba a nadie. El final de los represaliados nazis no era la liberación, era, en la mayoría de los casos, la muerte. Trabajar y trabajar para acabar muriendo exhaustos, gaseados, a golpes o por inanición. No importaba el camino, pero la meta estaba clara: los hornos crematorios donde se quemaban los cadáveres que luego salían por la chimenea.
Muchos no se tomaban esa frase en serio ("Entráis por la puerta y saldréis por la chimenea"), pero no era ninguna broma. "Cuando yo estuve en Mauthausen, la chimenea no paraba" o "La chimenea no paraba en todo el día, de mañana a la noche" son algunos de los testimonios recogidos por laSexta Columna. Son el relato de quienes pasaron meses mirando al cielo para toparse con una nube constante de cenizas. Eran los restos de sus compañeros, que se desvanecían por el aire tras pasar por los hornos crematorios que "limpiaban" de cadáveres los campos del nazismo.
El 9 de agosto de 2019 -74 años después de Mauthausen-, el Estado español pone nombre a los 4.427 españoles que el régimen nazi asesinó en los campos de concentración de Mauthausen y Gusen. Lo hace con el objetivo de facilitar a los familiares de tantas víctimas su registro como fallecidos; hasta ahora no les resultaba nada fácil.
Dejar de comer para que coma tu hijo
José sobrevivió a Mauthausen. Lo hizo, en parte, gracias a su padre. Él era un niño cuando pasó por el campo de concentración pero lo recuerda bien. Eso no se olvida. Su padre fue un héroe que dejó de comer para que comiera su hijo.
'Me comí su pan. Yo, su hijo. Me comí su pan. Y al día siguiente, lo mismo'
"Viene mi padre y me dice: 'Toma'. Me dio el pañuelo con un pedacito de pan. Y le digo: 'Papá, no has comido tú'. Me dijo: 'Cómetelo y ya está bien'", relata emocionado José. Y continúa: "Me comí su pan. Yo, su hijo. Me comí su pan. Y al día siguiente, lo mismo".
Las consecuencias no tardaron en llegar. Su padre empezó a debilitarse y las SS decidieron que ya no servía para nada en el campo de Mauthausen. Dos compañeros españoles trataron de cubrirle para intentar hacerle invisible a los oficiales nazis, pero no pudieron. Al final le asesinaron. "Le mataron a puntapiés, golpes de pico... así murió mi padre", cuenta su propio hijo.
Las familias que rompió el nazismo
Eufemio huyó a Francia con cinco años. Junto a su familia, fue uno de los refugiados de la Guerra Civil española en Angulema, al sur de Francia. En plena Segunda Guerra Mundial, los alemanes atacaron Francia y comenzaron a recibir convoys cargados de hombres, mujeres y niños como mano de obra para sus campos de concentración.
'Cuando el tren andaba ponía la nariz junto a los tornillos del vagón y pasaba la lengua por ellos para refrescarte con el sudor'
Decenas y decenas de refugiados llegando a Alemania desde Angulema en un tren de ganado en el que se hacinaban hasta 200 hombres por vagón sin agua ni comida. Fueron tres días de viaje hasta el campo de concentración de Mauthausen: 1.500 kilómetros en las peores condiciones posibles.
"La gente gritando y gritando. El que se caía; ese no se levantaba más", relata Virgilio, otro superviviente de Mauthausen que recuerda ver morir de sed a muchos españoles y hace un relato que retrata a la perfección la dureza de un viaje como el que vivió: "Yo iba al lado de la puerta enganchado a una manilla y cuando el tren andaba ponía la nariz junto a los tornillos del vagón y pasaba la lengua por ellos para refrescarte con el sudor".
Pero el viaje de Eufemio no acabó en Mauthausen. Llegó hasta allí, sí; pero al ser menor de 13 años fue devuelto a las autoridades franquistas en la frontera de Irún. El régimen nazi se quedaba con los mayores de 14 años. En algunos casos, los menores eran devueltos a sus países de origen. Fue el caso de Eufemio, al que separaron de sus padres y asignaron una familia franquista en España. "La vida que llevé desde esa fecha fue muy infeliz porque ya me quedé sin padres", sentencia el propio Eufemio entre lágrimas.