Isabel tuvo que abandonar su casa la noche pasada, aunque no pusieron resistencia, tanto para la familia como para los que pasaron la noche apoyando encerrados en la vivienda fue toda una pesadilla. Cuando comenzaron a llegar los furgones policiales, todos cooperaron para evitar que los antidisturbios accedieran a la vivienda.

Para ello, comenzaron a cerrar las puertas con cadenas. Mientras controlan que todas las puertas estén cerradas, Isabel por los nervios sufre un ataque de ansiedad y rápidamente tiene que ser atendida por los servicios médicos, que acceden a la vivienda con el consentimiento de los que están encerrados.

“Tengo miedo de ir al colegio, nos quiten la casa y mis animales”. Es lo que repetía la pequeña de ocho años esa mañana antes del desahucio, por ello, la madre pidió por favor que la sacarán de allí para evitar que presenciara lo que se avecinaba.

"Es mi casa, no somos delincuentes", es lo que gritaba la familia por las ventas. Sin embargo, es difícil mantener las fuerzas ante tal amenaza y comienzan a derrumbarse. El médico que atiende a Isabel pide a la familia que le dejen llevarla al hospital, pues es imposible estabilizarla.

La mujer, durante esa mañana, había intentado acabar con su vida en dos ocasiones. "Como le pase algo a mi madre por una casa verás tú", lamenta la hija de Isabel, dirigiéndose a los agentes que, impasibles, siguen aguardando en los alrededores de la vivienda. Por miedo a que comience el desalojo, empiezan a obstruir cualquier entrada a la vivienda con lo que tienen a mano, como muebles y electrodomésticos.

Esperan. Es una noche larga y e comienzan a dudar cuanto tiempo tendrán que permanecer encerrados y si tendrán reservas suficientes para poder resistir sin salir de la vivienda. Temen que si consiguen penetrar en la casa les hagan daño, por lo que se concentran en tapiar cualquier ventana y resquicio por los que puedan pasar.

Son varios antidisturbios los que comienzan a arremeter contra las entradas de la casa. Desde dentro, aguardan a los agentes. En el momento que consiguen abrir la puerta, se topan con varios obstáculos que impiden el acceso.

Pero finalmente, embisten la puerta de la entrada y, poco a poco, acceden al piso. Al entrar les aseguran, "si no salen les vamos a sacar a la fuerza". Sin ofrecer resistencia la familia comienza a recoger sus pertenencias entre lágrimas de impotencia.

Una vez fuera, los nervios y la impotencia comienzan a desatar el enfado de los protestantes, que ven, como una vez más, los antidisturbios se salen con la suya mientras la familia desalojada tendrá que pasar la noche en la calle, junto los animales, muebles, bolsas llenas de ropa y otras posesiones.