Una esquina del Eixample barcelonés separa dos templos en el mismo centro de la ciudad. Apenas 300 metros y unas cuantas zancadas entre la iglesia de San Raimundo Peñafort y el santuario del Perpetuo Socorro. Ambas parroquias son grandes, imponentes, con unas vidrieras -una- y un retablo -la otra- que recuerda a la gloria de aquellos días en los que eran un hervidero de fieles.
Sin embargo, la distancia de la Iglesia catalana con sus creyentes cada día es mayor. Y no es figurada. Hace unas décadas, ambos templos florecían a lo largo y ancho de la ciudad. Ahora andan vacíos. La pandemia, su ligazón con el nacionalismo, la poca fe... Poco ha habido a su favor.
Tanto, que el Arzobispado de Barcelona ha tenido que anunciar un plan de agrupamiento para seguir en pie: se clausura la actividad de 160 de las 208 parroquias de la ciudad, por lo que sólo seguirán en activo, tal y como hasta ahora, 48 templos. No hay fieles porque ya no es atractiva… y porque hay quien la tilda de sectaria.
Que Cataluña es ahora un territorio bien diferente al de hace unas décadas es de perogrullo. De hecho, Cataluña, de la mano del País Vasco y Navarra, era la comunidad autónoma que funcionaba como punta de lanza del catolicismo en España: no sólo por el mayor porcentaje de fieles, que también, sino por contar con más vocaciones, órdenes religiosas e incluso mayor número de canonizados al santoral.
Secularización de Cataluña por su apertura europea
Nada de eso queda. La situación de la Iglesia catalana "ha variado en un doble sentido", apunta el escritor Valentí Puig, autor de "La fe de nuestros padres" (Península). Lo achaca a "un aumento de la secularización de la sociedad catalana –un 56,60% se declaran católicos, por debajo de la media española- y un impacto creciente de la adhesión al independentismo por parte de sectores del clero, en detrimento del sentido de comunidad unida por la fe que es el espíritu universal del cristianismo".
"La secularización es un factor que se da en casi toda Europa pero la identificación de sectores de la Iglesia en Cataluña con el secesionismo es un factor intrínseco", ahonda Puig en conversación con laSexta.
Es una visión compartida. Por ejemplo, por Rafael Aguirre, licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona y Catedrático emérito de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto. A sus ojos, "el proceso de secularización fue fuerte en Cataluña y empezó antes que en otros lugares de España, lo que se explica por la apertura cultural a Europa".
El menor número de católicos de España
Los datos así lo avalan: Cataluña es la comunidad autónoma tiene el menor porcentaje de personas que se declaran católicas en toda España -un 52,7%, entre practicantes y no-, y sólo uno de cada cinco acude a misa los domingos. Es, apenas, un 10,9%, según el último barómetro del CIS que preguntó por esta cuestión, de 2019.
También es la región en la que menos contribuyentes marcan la X de la Iglesia en la Declaración de la Renta, tal y como se deduce de los datos presentados este 2021 por la propia Conferencia Episcopal: sólo un 16,9% de los contribuyentes. La siguiente región en poca asignación le sigue por una distancia considerable: Galicia, donde sólo el 24,7% elige esta opción, y Canarias, con 25,6%. La diferencia es abismal.
"El panorama religioso en Cataluña es descorazonador", suspira Valentí Puig. En fechas recientes, en las diócesis de Lleida, Urgell, Vic o Solsona no se ha ordenado ni un sacerdote. En total autonómico, hay 90 seminaristas. No es ni un 10% del total de España: actualmente, hay 1.066 seminaristas, en datos del arzobispo de Urgell, Joan Enric Vives, también presidente de la comisión para el Clero y los Seminarios de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
Por comparar, en la Comunidad de Madrid hay 172 aspirantes al sacerdocio en la diócesis de la capital y 45 en la de Alcalá de Henares. En total, 217.
Por qué en Cataluña y no en País Vasco
¿Por qué este cambio tan drástico? ¿Qué es lo que sucede en este territorio, que no se da al mismo nivel en el resto de España? La economía, según Aguirre. "El proceso de secularización empezó en Cataluña bastante antes que en el País Vasco y Navarra, y ha llevado un ritmo progresivo como en algunas otras regiones europeas, sobre todo algunas industrializadas".
La mención a estas dos otras comunidades no es casual, ni algo meramente estadístico. En ambas, con fuertes sentimientos independentistas, estos movimientos nacionalistas se refugiaron en la Iglesia: eran dos caras de la misma moneda.
"Este proceso en el País Vasco y en Navarra ha sido más tardío, mucho más brusco y, probablemente, más acentuado. No es cuestión de entrar ahora en las razones de todo esto, pero creo que la ideología del abertzalismo vasco radical ha funcionado como una agresiva religión de sustitución", explica el catedrático de Teología de Deusto. "Los pueblos cantera, en otro tiempo, de vocaciones religiosas fueron los grandes viveros de militantes etarras y en la actualidad son un páramo religioso".
Valentí Puig comparte la visión, pero la matiza. "En el caso del País Vasco, ha existido un clero "abertzale" de uno u otro modo comprensivo con ETA y obispados, si no nacionalistas, sí equidistantes", subraya.
Culto separatista
"En Cataluña, el culto separatista en no pocas parroquias ha alejado a los fieles que no se sienten identificados porque piensan que los templos cristianos tienen una misión espiritual y no política o porque no asumen la contraposición entre Cataluña y España. Evidentemente, el sesgo nacionalista ha influido en la pérdida de fieles y de vocaciones", incide Puig.
Por no hablar, claro, del procés por sí mismo. Esta conexión enraíza siglos atrás. "En el XIX, con la Renaixença [periodo cultural catalán durante la segunda mitad de ese siglo], se produce una impregnación de la idea cristiana con una cierta visión de Cataluña", explica el escritor.
A su entender, esto puede verse "como una paradoja". "En aquel momento en no pocas zonas de Cataluña sólo se conocía el catalán hablado y la Iglesia católica tuvo que adaptarse a estas circunstancias", indica.
Pero, "posteriormente, al incrementarse los sectores demográficos castellano-hablantes, la insistencia en una iglesia monolingüe en catalán, tanto como las campañas contra los obispos no catalanes y la identificación con los postulados soberanistas, ha seccionado la comunidad católica. No parece haber interés ni energías para una recomposición, una concordia", comenta el autor.
De la adhesión al rechazo
De hecho, en la retina de todos están las imágenes de grandes templos luciendo lazos amarillos o incluso pancartas a favor del procés o del indulto a los políticos catalanes presos. Misas por estos líderes. Ayunos, plegarias. Un no parar.
Esto, para Puig, "altera la idea de bien común" tomando partido de modo muy explícito, con lo que se contribuye a la división de la sociedad catalana en lugar de crear puentes y espacios de concordia. "Véanse las discrepancias profundas entre el Abad de Montserrat y los sectores que se consideran neutrales aunque a menudo, muy presionados, caigan en el deslizamiento pronacionalista", apostilla.
El obispo de Solsona, Xavier Novell, una de las voces más activas de la Iglesia catalana en cuanto al nacionalismo, ha declinado hacer comentarios para este reportaje.
Sin embargo, la curia catalana ha intentado reconducir la situación en los últimos meses ante la pérdida masiva de fieles. Los obispos de Gerona y Tarragona, antes fieles defensores del derecho a decidir y que pregonaban a pleno pulmón su adhesión a la causa nacionalista, ahora cuestionan el procés y reconocen que el independentismo ha provocado una fractura social.
Sangría de fieles
Porque la sangría de fieles ha traído consecuencias. Esta situación de disminución de asistencia a las iglesias ha llevado al cardenal-arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, a reformar el mapa parroquial barcelonés, que reducirá las 208 parroquias actuales a 48.
Es un cambio de paradigma de gran envergadura. El Arzobispado de Barcelona ha querido precisar en un comunicado al que ha tenido acceso laSexta que "la reducción de párrocos no significa la reducción de templos. Lo que se pretende es precisamente reforzar la presencia pastoral, adaptándola a las necesidades actuales y futuras, tal como se ha hecho en otras diócesis como la de Milán, con buenos resultados. Por ello, la propuesta en Barcelona sugiere agrupar todas las parroquias de la diócesis en 48 ‘comunidades pastorales’ de entre 3 y 6 parroquias alrededor de una parroquia central de un barrio o comarca".
Valentí Puig arquea la ceja ante el comentario. "El anuncio o tanteo sobre la reducción de parroquias en el arzobispado de Barcelona responde a una situación muy crítica que implicará un cierre de templos". Frente a la versión oficial, la crítica, que "replica que así se busca conseguir la hegemonía de las parroquias más adheridas al nacionalismo, con exhibición de lazos amarillos y fotografías de los presos del "procés"", comenta.
El "reto" por delante
Interpretación aparte, dentro de los planes del Arzobispado de Barcelona se incluye mantener abiertas esas iglesias hasta la jubilación del párroco titular, pero lo cierto es que no se desaprovecharán las oportunidades de mercado. Cuando no haya párroco, el templo quedará absorbido por la iglesia matriz.
Si bien es algo que ya sucede en otros lugares de la Europa occidental, el dato es sintomático de lo que se vive en la Iglesia catalana, la pionera en verse en una situación similar en nuestro país. "El reto es que los cambios institucionales no se hagan en función de los clérigos con que se cuenta. Hay que promover una Iglesia en la que el centro no sea el cura, sino la comunidad", sonríe el catedrático en Teología Rafael Aguirre.
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"La situación de minoría y la pérdida de la preeminencia social hay que verla en la Iglesia sin ninguna nostalgia, como una ocasión positiva para ofrecer los valores evangélicos y su valor humanizador y fraternizador", añade. Está por ver si efectivamente la Iglesia catalana lo consigue… o genera un efecto dominó en el resto del país.
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