El 17 de octubre de 1991 es una fecha que, por desgracia, tanto Irene Villa como su madre, María Jesús González, nunca podrán olvidar. Hace 33 años la banda terrorista ETA atentó Madrid, colocando una bomba debajo del coche en el que viajaban madre e hija. Ambas consiguieron salir vivas, pero con secuelas: Irene perdió las piernas y tres dedos de una mano y, su madre, una pierna y un brazo. Sin embargo, ese hecho no les impidió regalarle a España una de las imágenes más icónicas de la década, la de su reencuentro en el hospital.
Aquel atentado prescribió hace más de una década sin que se identificase a los culpables. Este año, el aniversario coincide con la polémica sobre la ley, que puede suponer una reducción de condena para cerca de 40 terroristas. Concretamente, los etarras que se cree que atentaron contra ellas, Kantauri y Anboto, están en la cárcel por otros casos y podrían salir de prisión entre 2025 y 2026.
Pese a todo, la visión de Irene Villa es la de una víctima que se centra en que ETA fue derrotada hace años: "Nadie ha cumplido sentencia por lo nuestro, pero nuestra mejor sentencia es que no haya más víctimas del terrorismo". "Hemos tenido la gran suerte de salir vivas, por eso tenemos que honrar la vida, por todas aquellas personas que no tuvieron esa suerte", ha añadido.
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Su figura es una de las más simbólicas en la lucha contra el terrorismo y, pese a su optimismo, se solidariza con aquellos a quienes también les tocó la sinrazón de ETA: "Cuando alguien tiene que ir al cementerio a poner flores porque han matado a un familiar, que le digan que la persona que ha provocado esa ruptura se va a beneficiar… Pues hombre, yo creo que las víctimas merecen un poco más de respeto, dignidad y cariño".