Por la vieja iglesia de Espinama, en Cantabria, no dejan de pasar coches, y ahora su sacristía se ha convertido en un parking. La pared que se conservaba, del siglo XVII, ha desaparecido.
El peligroso socavón, que se abrió cuando se arregló la carretera, se ha rellenado con hormigón para habilitar dos plazas de aparcamiento. "Es una iglesia que, aunque no sea un monumento espectacular, no deja de tener su interés en la arquitectura regional o popular", explica el delagado del Colegio de Arquitectos de Cantabria, Aníbal González de Riancho.
Nadie sabe quién ha dado la autorización para derribar el muro. Según una agrupación local, el presidente de la Junta de Vecinos pidió permiso al párroco de la iglesia para adecentar la zona. "Ha usurpado un espacio que tiene que ser protegido, por lo que pedimos que el pedáneo dimita", afirma la responsable de Cultura de Vecinos por Liébana, Luz María Allís.
Se trata de un acuerdo verbal que no contaba ni con la aprobación del Ayuntamiento, ni con la de su dueño, el Obispado de Santander. "Ni el Obispado directamente en sus oficinas, ni yo como arcipreste teníamos conocimiento de esta intervención", asegura el arcipreste de Liébana, Elías Hoyal.
Y aunque antes la zona suponía un riesgo por el socavón, ahora, al derribar el muro de la antigua sacristía, queda un peligroso desnivel que han intentado evitar sólo con unas vallas. Parece que el interés histórico, esta vez, no ha sido la prioridad.