Lucrecia fue asesinada a tiros en una discoteca. Sus autores, un guardia civil y tres menores de la ultra-derecha cometieron el primer asesinato racista de la historia contemporánea de España. Poco después del crimen, y de forma repentina, comenzaron a darse ataques xenófobos por todo el país.

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Una casa de Granada fue quemada con cinco africanos dentro, un marroquí murió apaleado por neonazis en Madrid y las palizas a inmigrantes empezaron a ser habituales. En tres años, el número de personas sin papeles se multiplicó por diez sólo en Madrid.

En el año 92, había 370.000 inmigrantes en España, 15 veces menos que en la actualidad. Sin embargo, el 33% de los españoles se quejaba por aquel entonces de que eran demasiados. Los que más preocupaban eran los cabezas rapada. "Lo que no quiero es que vengan a este país a quitarnos los puestos de trabajo", señalaba un joven en un programa de Antena 3.

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El principal refugio de los 'skinheads' era el fútbol, el gobierno pidió a los clubes que dejaran de financiar a los grupos ultras pero algunos presidentes, por interés o miedo, se resistían. "Estos muchachos son los que, en las horas bajas del Atlético de Madrid, animan a sus jugadores", defendió en su momento Jesús Gil, exdirigente del equipo rojiblanco.

Los ataques hacia gitanos también empezaron a popularizarse. En Mancha Real, en Jaén, la Guardia Civil tuvo que escoltar a niños gitanos a la entrada del colegio. Decenas de vecinos se reunieron para insultarles. Todo había comenzado meses antes con un asesinato. Varios vecinos se vengaron destrozando viviendas gitanas.

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Por suerte, algo hemos cambiado.