Prospecciones petrolíferas, la pesca, el transporte marítimo o los deportes acuáticos generan un ruido atronador del que no somos conscientes pero que tiene consecuencias: la huella sonora del ser humano llega a todos los rincones del planeta, también a los océanos, que se están viendo gravemente alterados por nuestra contaminación acústica.
Estos sonidos irrumpen y perturban constantemente la quietud del ecosistema marino, que cuando está sano suena de una manera muy determinada. Y es que sus especies necesitan emitir y oír sus propios sonidos para comunicarse, alimentarse o reproducirse.
Localizan su hábitat gracias al sonido subacuático, pero este se vuelve casi imperceptible cuando se mezcla con el ruido humano, que despista a las especies y puede ponerlas en serio peligro. Algunas, en un intento de huir del ruido, incluso terminan en zonas donde no pueden respirar y mueren.
Esta es la principal conclusión del mayor estudio sobre este asunto hasta el momento, publicado en la revista 'Science' y liderado por el oceanógrafo español Carlos Duarte, que sugiere que se apliquen medidas urgentes, como una mayor conciencia ciudadana o una regulación más severa sobre esta contaminación auditiva.
Y es que, a diferencia de otros problemas ambientales, la reducción de la contaminación acústica está en nuestras manos y tiene una respuesta inmediata. Prueba de ello es el cambio que experimentaron nuestros océanos durante el confinamiento por la pandemia de coronavirus.
Nuevo modelo de respuesta policial
El Gobierno perfecciona el sistema VioGén para proteger más a las víctimas de violencia de género
Cambios necesarios El actual sistema no respondía a las necesidades reales de las víctimas: una de cada tres mujeres asesinadas por violencia machista este 2024 estaba o había estado en el sistema VioGén. Contaban con una supuesta protección que, evidentemente, no funcionó.