El incendio está estabilizado, pero tras de sí deja al menos 6.500 hectáreas convertidas en ceniza, una superficie colosal que duplica la de, por ejemplo, el Parque Natural de las Tablas de Daimiel.
Como mínimo, 2.500 hectáreas más que todo lo que ardió el año pasado en Extremadura. El jueves, el fuego, ayudado por el fuerte viento, devoró en cuestión de horas miles de hectáreas. El viernes obligó el desalojo de 1.400 personas, y otras 1.000 la madrugada del sábado.
El viento, más débil en las últimas horas, es lo que ha ayudado a los 550 efectivos desplegados en el terreno a frenar este desastre, porque la sierra de Gata cacereña tiene un alto valor paisajístico y ecológico.
Los bomberos portugueses regresaban a casa, aunque se mantiene el Nivel 2 de peligrosidad. Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta Extremeña, aseguraba que “el grueso del equipo se mantiene hasta que se declare extinguido”. Se trata de evitar que los rescoldos y los fuegos dentro del perímetro afectado no reactiven alguno de los frentes.
Pasarán décadas hasta que la vegetación pueda igualarse. La Guardia Civil reclama ahora ayuda a los ciudadanos para esclarecer el origen de las llamas, porque se sospecha que fue intencionado.