Isabel Pantoja es ahora una presa más convencida de su inocencia. En siete años y medio de proceso, no ha cambiado ni un poco su discurso del 'yo inocente, yo víctima' que llevó hasta el banquillo. Se despidió del tribunal como se despiden las grandes artistas: "Sólo decirles que estoy de acuerdo con mi letrado y que muchísimas gracias a todos". Y esperó su sentencia lamentando su suerte: "¿Por qué no se trata a todos los españoles por igual? Yo no era consciente, yo soy igual que la infanta".

Pero la Justicia lo tuvo claro al principio. Según la sentencia de la Audiencia de Málaga, "...Pantoja y Muñoz ejecutaron un plan preconcebido para aflorar dinero y ganancias de actividades delictivas". Y al final: "Pantoja sabía que el dinero que Muñoz ingresó en sus cuentas procedía de actividades delictivas", reza la sentencia del Supremo.

Tras la pantalla de la compraventa de reses, blanqueó y se gastó más de un millón de euros de los marbellíes. Sólo en 2003, año en que se le enamoró el alma, ingresó sin apenas trabajar más que en los siete años anteriores juntos. Y para los jueces, ni ella ni su exnovio habían conseguido dar ninguna explicación coherente ni mucho menos "creíble", de esos ingresos.

Con la sentencia en la mano, hace ya año y medio, Pantoja dejó el victimismo para entregarse al éxito. Y lejos de arrepentirse, seguía culpando de todo a su exnovio de la mejor forma que sabía. La folclórica nunca creyó que dos años de condena la llevarían a la cárcel.