La vocación de Josep siempre ha sido ayudar a los demás. "Eso de 'al no poder ayudar a todos no ayudo a nadie' para mí no sirve, si puedo ayudar a uno, tengo que ayudar a uno", explica.
Así resume su filosofía de vida este hombre de 77 años, cuya casa, con el paso de los años, se ha convertido en un hogar de acogida, por la que han pasado una veintena de personas migrantes que lo necesitaban.
"Al quedarme solo, me dio la idea de compartir con gente que necesitaba una vivienda", cuenta. Ahora, vive con siete personas en su casa de Torroella de Montgrí, donde les ofrece techo, cama y comida, si lo necesitan. Antes también cocinaba para todos, pero ahora su artritis ya no le deja.
"Uno me llama padre, otro me llama abuelo... Dicen que en casa se vive como en familia, que yo soy el padre y ellos los hijos", relata.
Mohamadou lleva un año y medio viviendo en casa de Josep. "Estoy muy contento por vivir aquí y por vivir con una persona como él", afirma.
Jamás pensó encontrarse a alguien como él cuando llegó desde Guinea. "No estoy trabajando, no tengo papeles, pero vivo como alguien que tiene todo", explica, agradecido. "Ojalá que viva mucho tiempo", añade.
Josep ha llegado incluso a rehabilitar parte de la vivienda para sacar más habitaciones y, como no hay más hueco, también comparte la suya con Ousman. "Lo que ha hecho por mí y lo que está haciendo por los demás es una cosa muy grande", afirma este.
Más de una veintena de migrantes han pasado por su casa desde 2008 y guarda recuerdos que le han traído cuando han vuelto a sus países. Sus vecinos le dicen que vigile y que no sea tan confiado, pero él está convencido de lo que hace y seguirá volcado en ayudar a los más necesitados mientras pueda.