El último caso de los afectados por las pelotas de goma es el de un joven al que tuvieron que extirparle un testículo tras recibir un disparo en las marchas del pasado 22 de marzo.  Su padre, Gabriel Ruiz, marcha ahora a pie desde Valladolid hasta el Congreso para protestar contra este material.

“Me llamaron a las 12 de la noche para decirme que mi hijo estaba ingresado. Entonces mueves y mueves”, cuenta el padre del joven. “Quiero que a las manifestaciones los policías vayan con las caras descubiertas y sin armas como cualquier ciudadano. Nadie tiene que saber que son policías”, añade.

El día que le dieron la noticia a Gabriel sintió rabia como médico. Ahora corre 250 kilómetros para entregar su propuesta a los diputados, acompañado de la atleta Idoia Esnaola. Gabriel se encuentra en Segovia y espera llegar a Madrid el lunes. Antes de llegar al Congreso pasará por Zarzuela, Moncloa y el Senado. Mientras, su hijo aún se recupera de la operación del testículo que conserva.

Los sindicatos policiales defienden el uso correcto de las pelotas de goma, pero reconocen que el caos puede llevar a actuaciones antirreglamentarias. “Cuando fue tan gravosa la cosa y los policías vieron que peligraba su vida, a lo mejor uno de estos lanzamientos a tan corta distancia es el que ha producido este incidente”, asegura Alfredo Perdiguero, portavoz del Sindicato Independiente de Policía Española.

El colectivo ‘STOP Bales de Goma’ contabiliza  39 afectados  en los últimos 30 años. Gabriel también corre por ellos. En este aspecto, se prepara una marcha para llegar a los gobiernos regionales a finales de junio y otra para finales de verano.

Los sindicatos señalan que “los artefactos que utilizan los mossos son muy peligrosos”.  Los últimos afectados fueron Íñigo Cabacas, muerto hace dos años en Bilbao y Ester Quintana, que perdió un ojo en la huelga general del 14 N en Barcelona.