Cuenta Rajaai, refugiado sirio que huyó de su país en 2012 y que ahora vive en España, que, aún en lo peor de la guerra, muchos ponían en riesgo su vida para intentar ver a su familia. Uno de sus amigos incluso murió en el camino a ver a sus padres, recuerda: "Fue asesinado por el proyectil de un tanque cuando se dirigía a ver a su familia. Siempre le habían advertido, pero nunca escuchó", describe con la entereza de quien ha visto lo peor pasar frente a sus ojos.

Años después, y con su propio progenitor encerrado en Siria por el régimen de al-Ásad, dice comprender perfectamente a quienes en estas fechas necesitan ver a sus familiares: "Si estuviera en Siria y fuera el Eid al-Fitr [fiesta del fin del Ramadán], o incluso un día normal, seguro que iría a ver a los míos… Sé que está mal", explica. Antes de tener que abandonar su país tras un periodo en la cárcel, también él se jugó la vida por ver a su madre una hora. Y eso que, dice, él puede "controlarse" y estar lejos de su familia durante mucho tiempo. "Hay gente que no es capaz", reflexiona en una terraza del madrileño barrio de Lavapiés.

Desde Valencia, Rosa, técnica auxiliar de Enfermería en el Hospital Clínico, contaba en una encuesta de laSexta.com por qué ella, que está viendo a la COVID-19 de frente cada día, cenará con su familia esta Navidad: "Vengo sobresaturada física y mentalmente de la primera ola y esta segunda me pilla sin haberme sobrepuesto y encima pidiéndonos más esfuerzo todavía. Lo único que tengo es poder juntarme estos días con mis padres y mi hija, que vive en el extranjero".

El caso de Rosa no será el único: la encuesta realizada por laSexta.com a los que más saben de la pandemia revelaba que, aunque la mayoría evitará cenas de empresa, sí que cenarán con familiares (especialmente convivientes) en estas fechas. Además, el propio Gobierno es consciente de esta realidad y, pese a los confinamientos perimetrales impuestos en las comunidades autónomas,permitirá los viajes para reagrupaciones familiares.

Frente a estas experiencias, muchos expertos se echan las manos a la cabeza. "Las cenas familiares NO SE DEBEN HACER, y si usted se salta dicha recomendación debe reconocer que está comprometiendo su salud y la de los seres queridos" escribe, textualmente, una guía elaborada por varios expertos en Salud Pública de cara aesta Navidad.

¿Somos irresponsables por sentir que necesitamos contacto cercano que, es cierto, podría tener consecuencias nefastas? Vanessa Fernández, doctora en Psicología y docente de la Universidad Complutense, tiene claro que no, y pone sobre la mesa las consecuencias psicológicas de campañas públicas con un lenguaje duro que impacta de manera importante en personas que sienten que están cumpliendo las normas pero no pueden más. Además, esta experta también opina que no es lo mismo una cena de Navidad del núcleo familiar (padres e hijos) que otra más amplia (primos, tíos, etc.).

Mientras muchos hablan de 'salvar la Navidad', pensando en el ámbito económico de estas fiestas, desde el mundo de la Psicología se pone el ojo en salvar la salud psicológica de mucha gente que está cansada y necesita ver a su familia como ese lugar en el que resguardarse de la tormenta. No en vano, la mayoría de la población se siente más intranquila, agobiada o ansiosa desde el inicio de la pandemia, según el CIS.

Ante estas situaciones de indefensión, la familia resulta un oasis para muchos: "El ser humano es un ser social porque en nuestros genes está grabado que sobrevivimos mejor en el ambiente si estamos en grupo, y más si es un grupo de referencia", explica Fernández. Aunque es cierto que no todo el mundo necesita tener a sus seres queridos cerca, sí que la mayoría de la población pone a su familia como ese ‘grupo de referencia’, una ausencia que se deja sentir más cuando se está lejos de casa.

El otro lado de las campañas de concienciación

¿Cómo encontrar el balance entre las campañas de información y las que culpabilizan a quienes van a apurar los límites que permite la normativa para reunirse con los suyos? La respuesta no es sencilla. Esta experta lamenta el poco tacto de algunas campañas públicas que, más que concienciar, están culpabilizando a la gente. "Es importante dar información y que las personas sean conscientes de los riesgos, pero también se debería cuidar mucho el mensaje de cara a no culpabilizar a las personas si se diera un contagio", expone.

Desde su punto de vista, "no podemos tratar igual a las personas que les da lo mismo todo, que se juntan 20 sin mascarilla" con quienes cumplen las normas "y por accidente se han contagiado". Y pone dos ejemplos muy gráficos: las campañas contra el tabaco y de prevención de accidentes de tráfico. En estos dos casos, la persona es la que elige (fumar o conducir bajo los efectos del alcohol), mientras que en el caso del COVID-19 lo máximo que podemos hacer es elegir protegernos, pero hay factores fuera de nuestro control.

"Estoy segura de que gran parte de la población que se ha contagiado lo ha hecho respetando medidas", explica al otro lado del teléfono, y agrega: "Lamentablemente, nadie somos inmunes al virus. Hay que cuidar esos mensajes para no crear más sentimiento de culpa a personas que ya están concienciadas".

Entonces, ¿qué hacemos?

El problema, según Fernández, es que estas campañas impactan con más fuerza en personas que están ya cumpliendo escrupulosamente las medidas, y al final sienten culpa, que se suma a un sentimiento de "injusticia y frustración" porque no pueden hacer más y se les equipara con quienes salen de fiesta. "Las personas que ya cumplen las medidas no necesitan estas campañas. Seguir insistiendo, sobre todo de la manera en que se hace, lo único que genera es importantes niveles de culpa e impotencia", insiste.

No solo eso, sino que esta psicóloga advierte de que las campañas podrían acabar teniendo el efecto contrario: "De tanto repetir este mensaje puede causar una reacción extrema u opuesta: 'Si al final yo lo hago bien y otros no y nos contagiamos… total, para qué lo voy a hacer'". Fernández, de hecho, cree que quienes necesitan estas campañas informativas son quienes no cumplen las medidas, pero que, si a estas alturas no las respetan, es porque, sencillamente, "no quieren hacer caso".

La propia Fernández confiesa que pasará estas fiestas con su familia, cuidando al máximo las medidas para protegerles pero con “un sentimiento de infinita gratitud” por tenerles cerca y sanos, y añade: “Lo que antes era cotidiano pasa a tomar un valor todavía más importante. Ahora la normalidad es una joya”. Por eso, acaba con un consejo: en esta época, que tan dura está siendo tanto a nivel biológico como psicológico para todos, lo mejor es protegernos intentando evitar ese sentimiento de culpa por vivir.

“Tenemos que intentar aprovechar esas emociones de inseguridad e incertidumbre para protegernos más. Saber lo que la situación nos indica a nivel emocional y, a partir de ahí, adoptar unas pautas de salud adecuadas”, concluye.