En Galicia, Vanessa Lorente, una joven de 22 años a la que el infortunio persigue desde niña, encuentra motivos para vivir con el nacimiento de su hijo Daniel. Pero el destino es tenaz y el 13 de agosto de 2002 alguien se cruzó en su camino y madre e hijo desaparecieron en el pueblo de Fene sin dejar rastro. Y es que Vanessa es una persona que tuvo la mala suerte de toparse con alguien que en ella solo veía un medio para conseguir sus objetivos.

"Vanessa era una niña muy guapa, delgada, alta... tenía una melena superlisa, natural", explica una amiga de Vanessa a la que conoció en el hospital cuando ambas estaban embarazadas. "Ella entró primero que yo a la consulta y salió toda muy contenta, muy emocionada, porque estaba todo muy bien", cuenta la mujer, que explica que, "a raíz de ahí iba todos los días por la mañana a comprar el pan" y luego llegaba a si casa "a tomar el café y a desayunar juntas".

"Tenía una mirada muy triste, yo creo que en el fondo no era del todo feliz, pienso que sería por la vida que tuvo", explica su amiga, que recuerda cómo el mismo día de su desaparición, Vanessa fue a desayunar a su casa. Vanessa tiene en ese momento 22 años y es una joven desarraigada y muy vulnerable. Cuando era una niña, sus padres la dejan en Fene y se van a vivir a Mahón. La jovena se cría prácticamente sola con la ayuda de unos y de otros. En el momento de su desaparición estaba viviendo en casa de una amiga, Rosa, que esa misma noche la echa en falta tanto a ella como a su hijo Daniel.

Cuando amanece, salta la alarma al ver que Vanessa y su hijo no han dormido en casa y los intentos de contactar con ella son en vano. En un microcosmos como Fene su ausencia siembra la inquietud, sobre todo entre sus amigas.