El gobierno de Suecia ha propuesto prohibir la mendicidad a través de una prohibición nacional que impida pedir limosna en las calles, algo que está generando mucha polémica. Pero, ¿se han dado precedentes similares a lo largo de la historia? Mikel Herrán responde al presentador que "tener problemas con que exista la gente pobre es más antiguo que tus tirantes, Wyoming".

"La pobreza es un problema muy grave y complejo, pero para los políticos y los líderes ha sido, sobre todo, algo incomprensible", añade el historiador. Como explica, en 1494 una ley en Inglaterra penalizaba a los mendigos con tres días en el cepo a pan y agua. Otro ejemplo es la ley de vagos de Carlos III, a través de la cual podía "encerrar a los pobres y vagabundos en hospicios que eran el termino más 'chill' para decir 'talleres y fábricas de trabajos forzados'", indica Mikel. Esto podía evitarse si se contaba con un permiso o una licencia del juez o del párroco que certificase que eras "pobre de verdad".

En cuanto a la relación de ser vago con pobre, Herrán expone que por vago se entendía "aquellos que viven ociosos sin destinarse a la labranza o no tienen oficio y carecen de rentas de las que viven". "Claro, si te rascabas los genitales a dos manos pero tenías tierras, no se te llamaba vago, se te llamaba noble", añade Mikel.

En la Revolución Industrial, por ejemplo, "la pobreza se convirtió en un problema que se entendía como una enfermedad social causada por el fallo moral de los individuos". "La degeneración moral podía llevarte a la pobreza y eso podía llevarte al vicio y al crimen", expone Mikel, por ello la categoría de 'vago' se amplió la gente de la mala vida y esto llevó que aparecieran leyes para detenerlos con la excusa de mantener la higiene social.

"En España el mejor ejemplo fue la Ley de vagos y maleantes, también apodada 'La gandula', que se aprobó durante la Segunda República y luego Franco la ampliaría", explica PutoMikel. Vago y maleante, como indica el historiador, "no era más que un cajón de sastre para todo aquello que el hombre de bien de la sociedad no quería ver por la calle como mendigos, vagabundos, trabajadoras sexuales, gitanos... todo entraba ahí, pero, sobre todo, gente pobre". Durante el franquismo se crearon campos de concentración, que llamaban colonias, para reformar a estas personas.

Para terminar en una de estas colonias no era necesario cometer ningún delito concreto sino que "condenaban una forma de vivir". "Las categorías que te podían llevar a uno de estos campos eran ambiguas", indica, "era muy fácil que te metieran en estas colonias cuando empezabas a incomodar un poco a la gente".