La burbuja asomaba en medio de un cóctel irresistible tipos de interés bajos, crédito barato y un invitado sorpresa: la nueva ley del suelo, la varita mágica que en teoría iba a bajar de las nubes el precio de la vivienda. Así lo afirmaba Rafael Arias Salgado, ministro de Fomento: "El objetivo es incrementar el parque de viviendas y disminuir su precio".
A partir de este momento la mayor parte del suelo podía convertirse en urbanizable y comienza el festival, vía libre al ladridllo y a la especulación y sí la oferta de vivienda creció como la espuma, el hormigón se impuso pero ni rastro de la bajada de precios prometida.
Aznar afirmaba: "Vamos a construir el año que viene 650.000 nuevas viviendas, más que Francia y Alemania juntas". España batió un récord tras otro, resultado: más de 3,5 millones de viviendas construidas en sus ocho años de gobierno.
"Creo que nadie puede pensar, sensatamente, que estamos ante una burbuja inmobiliaria", explicaba Rodrigo rato, vicepresidente y ministro de Economía. Así que nadie pinchó la burbuja que aún tenía cuerda para rato y siguió engordando ladridllo a ladrillo hasta 2007, el año de la explosión.