Es la hora de comida, la oficial, la que reparte dos veces al día el penal de Cojutepeque. Un plátano con canela y un poco de frijol es lo que comen los reclusos. Los plátanos están pasados y tienen que pasarlo de las bandejas a los cubos porque no se puede pasar el metal dentro de la cárcel. Los frijoles aseguran los reclusos que si se dejan 20 minutos después de servir se quedan pegados al plato. Muchos lavan la salsa porque es muy fuerte y espesa.
El padre Toño famoso en El Salvador por su trabajo con la tregua entre maras salvadoreñas le cuenta a Jalisde la Serna que los alimentos llevan yodo. “Una especie de química para la libido sexual para que la gente esté más tranquila. Controla las hormonas de los jóvenes en el apetito sexual”, explica el sacerdote español.
Los presos aguardan hambrientos su porción. Y es que no hay comida para todos. La población reclusa multiplica por cinco la capacidad de la cárcel. El olor que hay es un olor muy fuerte dentro del penal “a azufre o a amoniaco”, comenta Jalis de la Serna. “Huele a podrido ahora mismo que es terrible”.