En Mocoa, Colombia, Alberto Varela, el 'gurú de la ayahuasca' también hace negocio. Él mismo trae la ayahuasca que cultiva allí a España. En el aeropuerto de Madrid, trabajadores de la Agencia Tributaria encuentran algo sospechoso en una maleta y deciden abrirla. "Hemos encontrado un polvo que podría ser ayahuasca", indica Luis Ángel Alonso, jefe de Análisis de Riesgos del Aeropuerto de Barajas.
En lo referente a por qué incautan la ayahuasca, Alonso señala que es porque "contiene DMT, un componente que está en la lista de psicotrópicos del 71 de las Naciones Unidas". La ayahuasca no figura como una droga prohibida, pero sí uno de sus componentes: el DMT.
En este sentido, el jefe de Análisis de Riesgos del Aeropuerto de Barajas explica que el DMT es "un psicotrópico, es decir, una sustancia alucinógena", por lo que, tal y como afirma, "introducir ayahuasca en España está prohibido totalmente". "La sustancia siempre se incauta, y la persona que la introduce en el país se puede enfrentar a penas de entre dos y ocho años", advierte.
¿Cómo consigue entonces Varela introducir la ayahuasca en España?
Un extrabajador de la organización de Alberto Varela ha hecho llegar a Equipo de Investigación un documento en los que aparecen registrados supuestos transportes de sustancias que hacen los trabajadores o colaboradores del empresario. Al preguntar a Martín Lozano, exmiembro de la organización, por esto, él mismo reconoce que ha ejercido de 'mula'.
"Por ejemplo, cuando estaba en Milán, que iba a dar un retiro en Suiza, nosotros mismos llevábamos las sustancias. La verdad es que es muy fácil. La ayahuasca, la típica era pasarla como pátina de madera", confiesa, mientras que su pareja, Mariana Frasson, asegura que ha visto a Alberto Varela "poner ayahuasca en recipientes de champú de cinco litros". "Ponía ayahuasca ahí y la pasaba a Argentina", afirma.
"Es muy pequeñito..."
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Con 700 kilómetros cuadrados de viviendas en los que viven siete millones de personas, en Hong Kong se ha acuñado el término de 'nanopisos' para los que apenas superan los diez metros cuadrados. "Tengo lo mínimo para sobrevivir", cuenta.