Su nombre es uno de los más desconocidos de los Pandora Papers, pero en realidad la figura de Victorino Alonso merece más de una explicación. Más conocido como 'el rey del carbón', este empresario leonés ha conseguido hacerse millonario comprando pequeñas empresas mineras arruinadas para convertirlas en gigantes mineros con prácticas con una legalidad dudosa.
'Don vito', como le llaman sus trabajadores, es el autor de la barbaridad medioambiental más penada de toda la Unión Europea. El empresario fue condenado a abonar 170 millones de euros de multa por destrozar una zona protegida, la mina de 'El Feixolín', explotada por una de sus empresas durante más de 13 años.
El paisaje al entrar en esa zona protegida del Valle de Laciana quita el aliento. Montes de color esmeralda que se precipitan de forma vertiginosa, ocultas sus laderas bajo los bosques de robles, de hayas, arces y tejos. Pero a medida que descendemos la carretera hacia Villablino, capital de la comarca, el espectáculo se convierte en inquietante.
Aquí y allá montes enteros aparecen desnudos, arrancada su exuberante cubierta vegetal. Sus laderas, fracturadas de cárcavas por las que, en los días lluviosos, fluyen torrentes en busca del cauce robado por la codiciosa mano del señor de estas tierras. Son antiguas minas a cielo abierto. Heridas de la guerra que la madre naturaleza, sintetizada en este soberbio valle, libra contra la obsesión de un hombre por arrancarle las entrañas.
Pero hasta que uno no contempla con sus propios ojos ‘El Feixolín’, no es verdaderamente consciente de la magnitud del destrozo. Es como si una monstruosa bomba hubiese detonado en mitad de estos montes protegidos. Una Reserva de la Biosfera violada hasta la náusea por la dinamita y las excavadoras. Una zona crítica para la conservación del Oso Pardo Cantábrico y el Urogallo –dos especies en peligro de extinción- ultrajada de forma salvaje.
"¿El oso? Le encanta la mina. Le gusta acercarse y comer los restos de los bocadillos de los trabajadores. Una vez, un minero vio uno": así hablaba Victorino Alonso sobre dicha comarca durante su primera entrevista para el informativo de una televisión nacional. Allí acudía con un mono azul, botas de goma y casco de minero.
Sin embargo, unas horas antes había recibido a laSexta, y su atuendo era muy distinto: vaqueros, deportivas y una camiseta negra y bien ceñida de Armani. Entonces, se defendía: "Nosotros tenemos todo en regla. ¿Por que nos falte un papelito vamos a dejar de sacar carbón? ¿Sabes cuántas familias estarían en la calle?".
El papelito al que se refiere en realidad son dos: la licencia urbanística y la ambiental, imprescindibles para poner en marcha una explotación minera. Para Alonso, un insignificante pedazo de celulosa que de ninguna manera puede coartar su derecho a hacer lo que le plazca en sus dominios. Y tiene razones para pensarlo. Durante más de una década, lo ha hecho. Trece años en los que sus hombres han hecho desaparecer un monte protegido ante la indiferencia, cuando no la connivencia, del Ayuntamiento de Villablino, la Junta de Castilla y León y el Gobierno Central. Y por supuesto, con la aquiescencia de la inmensa mayoría de los vecinos de Laciana, casi todos dependientes directa o indirectamente del cacique.
José Francisco Gatón, antiguo minero reconvertido en defensor de los montes de Laciana, lo resume de forma tan sencilla como realista: "Aquí, Victorino Alonso está mucho más protegido que el Oso y el Urogallo". Él trabajó para el empresario en una mina de interior de la poderosa MSP, la Minero Siderúrgica de Ponferrada, el que fue buque insignia de su imperio.
Hijo de una familia burguesa de León de la que heredó sus primeras minas, Alonso se hizo con la legendaria empresa en 1994, un año convulso para el sector del carbón. En plena reconversión, en las cuencas del Bierzo Alto y la Fabero-Sil se vivieron encierros de mineros y violentas protestas en las calles. Justo el ambiente en el que Alonso se siente cómodo. Ese año, además de con la MSP, se hace con prácticamente todas las minas de ambas cuencas.
Crea así Coto Minero del Sil, que en 1998 pasa a llamarse UMINSA, Unión Minera del Norte. El nuevo milenio empieza para el señor del carbón con las principales cuencas mineras de León, Asturias y Palencia, y con cerca de la mitad de la producción nacional, bajo su control.
Es el culmen a un agresivo plan de expansión que pone en marcha a principios de los 80, en plena crisis del carbón. Su estrategia, pura depredación: comprar explotaciones quebradas y convertirlas en máquinas de ganar dinero a base de subvenciones. Miles de millones de euros.
Su método, una mezcla de astucia para moverse por los despachos de los políticos, el fraude a gran escala y una prodigiosa capacidad para lograr la adhesión inquebrantable de sus trabajadores a todos sus planes. Hasta el punto de hostigar, amenazar y, en alguna ocasión, propinar palizas a los pocos que se atreven a combatir en los tribunales los métodos del cacique.
Negocia las ayudas al carbón con maniobras de desestabilización de las cuencas: amenazar con el cierre de minas y dejar de pagar unos meses las nóminas a sus trabajadores. Si lo cree conveniente, incluso algunos despidos. Así consigue azuzar a los mineros, sacarlos a la calle, cortar carreteras, montar barricadas, presionar al límite al gobierno de turno.
Ha sido condenado por delito fiscal en tres ocasiones y tres veces inhabilitado para recibir ayudas públicas. Misteriosamente, sus empresas se han mantenido, hasta 2012, entre las más subvencionadas del país. Todas sus grandes adquisiciones han sido investigadas por presuntas irregularidades. Pero todas han chocado contra el muro de un complejísimo entramado que nadie hasta ahora ha sido capaz de descifrar.
En 2010, fue condenado a pagar más de 13 millones a Unión Fenosa por el conocido ‘fraude del carbón’ de los años 90. Una trama urdida por Alonso gracias a la cual, durante años, estafó a la eléctrica suministrando carbón de bajísima calidad para una de sus centrales térmicas. En realidad era carbón malo mezclado con ceniza y piedras. En ocasiones, el mineral era ruso o chino, mucho más barato, camuflado como nacional para cobrar la subvención. Para poder hacerlo, tenía infiltrados entre los técnicos de la empresa que validaban los suministros.
En 2013, desaparecieron más de medio millón de toneladas de carbón de uno de sus almacenes que alquilaba a la empresa pública HUNOSA. Alonso le dijo al juez que se las debían haber llevado la lluvia y el viento. La hullera le reclama 46 millones. Además, un juzgado de Ponferrada investiga a UMINSA por, supuestamente, cobrar ayudas sin haber producido el carbón exigido para recibirlas. Según la denuncia, el fraude ascendería a otros de 53 millones de euros.
También ha sido condenado por ‘El Feixolín’, donde Bruselas le obliga a restaurar el destrozo –como si eso fuese posiblebajo apercibimiento de multa de 70 millones. Y por introducir ilegalmente especies africanas en una finca de caza que tiene Extremadura. La lista es extensa.
También está condenado a dos años y medio de cárcel por un suceso que termina de definir al personaje. Tuvo lugar en Bastarás, en pleno Parque Natural de la Sierra de Guara, Huesca. El señor del carbón, cazador compulsivo, posee allí una formidable finca cinegética de 1.800 hectáreas.
El coto alberga un tesoro de la arqueología: la Cueva de Chaves, el segundo yacimiento neolítico más importante de España. O más bien, lo albergaba. Según declaró un antiguo trabajador de la finca en el juicio, Alonso ordenó meter las excavadoras en la cueva para vaciarla y allanarla.
De allí salieron camiones enteros con la historia de nuestros antepasados. En su lugar instaló comederos para que a sus trofeos de caza no les faltase de nada hasta el momento de ser abatidos. Hoy, los restos que durante años estudiaron catedráticos e investigadores de todo el mundo, nivelan las pistas y las cunetas que, sin licencia ambiental, mandó construir Alonso para poder moverse cómodamente por la finca. Algo que en cualquier país medianamente civilizado hubiese sido un escándalo monumental, aquí pasó casi desapercibido.
Sólo un milagro explica que, con semejante historial, Alonso no haya pisado nunca la cárcel. Eso, o Gatón tiene razón: el señor del carbón ha sido uno de los animales más protegidos por las administraciones españolas. Pero su suerte ha empezado a cambiar. Las condenas se amontonan y su entrada en prisión se da por segura. Y con las revelaciones de los Pandora Papers, su patrimonio oculto ya no está tan a salvo como él querría. Quienes durante décadas le defendieron a muerte, sus trabajadores, hoy le tiran huevos a la entrada de los juzgados. Y la extinción de su imperio parece más cercana que la del Oso o el Urogallo.