Sara Morales desapareció la tarde del 30 de julio de 2006 en Las Palmas de Gran Canaria, cuando solo tenía 14 años. Salió de su casa para ir a un centro comercial situado a apenas un kilómetro y medio, un recorrido de tan solo 20 minutos a pie, pero nunca llegó.
Allí había quedado con un amigo para ir al cine, pero la adolescente no se presentó a la cita. Algo le ocurrió en esos 1.200 metros y, aunque su amigo la llamó una y otra vez, no obtuvo respuesta. Preocupado, a las 17.30 de la tarde el chico se puso en contacto con los padres de la menor; saltaban todas las alarmas.
Sin dinero ni documentación, se descartó desde el principio que la desaparición de Sara fuera voluntaria. En el momento de desaparecer, solo llevaba encima su teléfono móvil.
Sin embargo, la última pista que se tiene de ella la sitúa en una cabina telefónica en la que se registró una llamada que habría hecho la joven justo antes de desaparecer.
Persiste aún hoy la pregunta de por qué no utilizó su móvil, a quién pudo llamar y cómo pudo afectar esa llamada a sus siguientes movimientos, datos que no han trascendido de la investigación de la Policía Nacional, que sigue abierta más de una década después.
Una misteriosa desaparición a plena luz del día sobre la que aún sobrevuela la duda de si Sara llegó a subirse o no a una sospechosa furgoneta blanca.