La niña bonita, el bastión bancario que todos querían en Madrid. En 2008, cuando Caja Madrid era la guinda y no los restos del pastel, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, cómo no, tenían su guerra abierta.

Ella, postulando siempre por su mano derecha, Ignacio González. Él, fijando posiciones, en su lucha por no perder terreno local, Gallardón apostó por Blesa.

Ninguno esperaba que el choque sería tan largo. Quince meses que arrancaron en septiembre de 2008, con la crisis del sector financiero.

Por aquélla época, hasta cuando les tocaba ir en comanda, Aguirre lo controlaba todo. Atenta y sonriente, pero de lo más sibilina. Cuentan que le molestaba incluso los 3 millones de euros que ganaba Blesa, frente a los 100.000 euros de su nómina.

En su empeño en derribarle y dejar tocado a su archienemigo Gallardón, Esperanza modificó hasta la Ley de Cajas en octubre de 2009: "la ley de cajas prohíbe expresamente, porque sería politizar las cajas, que ni yo misma, ni el señor Rajoy, ni el señor Rodríguez Zapatero impongan a ningún presidente en Caja Madrid" matizó.

Y mientras promulgaba esto, recibía toques de atención por teléfono. Hasta dos llamadas dicen que recibió del propio José María Aznar. La caída de Miguel Blesa al frente de Caja Madrid se aceleraba y el expresidente quiso salvar a su amigo del vacío, pero ni Aznar ni Gallardón pudieron evitarlo.

Lo cierto es Aguirre consiguió echar a Blesa y, aunque no colocó a Ignacio González en Caja Madrid, algo logró de coleo: "nosotros hemos tenido la inmensa suerte de poderle dar un puesto a IU quitándoselo al hijo puta", fueron las desafortunadas palabras filtradas de una conversación privada entre Esperanza Aguirre e Ignacio González.

Y en fin, aunque luego negó que el susodicho fuese Gallardón, sino un consejero suyo, a su manera, 'la Lideresa' dejó así la guerra por ganada.