El 'test de la verdad' al que se sometió Carcaño a principios de Marzo en Zaragoza podría ser la última vez que se prestó, como él dice, a colaborar con la Policía. De él salió botella de agua en mano y aparentemente tranquilo.

Aquel día fue un punto de inflexión porque la delatora onda P300 le llevó de nuevo hasta las escombreras de Camas, en Sevilla y ello le habría desconcertado.

Tres veces ha estado Carcaño allí en el último mes y medio en el que las excavadoras han peinado toda esta zona. Aunque ni una sola vez el asesino confeso de Marta ha marcado un sólo punto de estos 1.500 metros cuadrados en los que podría haber enterrado el cuerpo. Aún así, da la colaboración por concluida.

Condenado a 21 años y tres meses de prisión, Carcaño no tiene obligación alguna con la investigación. Los expertos apuntan que hasta puede mentir y ésta es la mayor frustración de la familia, que nos confiesa su hartazgo y reclama que pierda a cambio sus privilegios en prisión. Algo que ya reclamaron hace dos semanas.

Por ahora Miguel Carcaño está de vuelta en Ciudad Real, en la prisión de Herrera de la Mancha. Aquí se levantó la polémica hace nueve meses sobre su grado penintenciario al saber que tenía acceso a piscina olímpica y a televisión de plasma en su celda. Más allá, todo su tiempo en prisión ha estado siempre bajo el paraguas de la GRUME, el Grupo de Menores de la Policía. Le han llevado libros, intentaron que siguiese estudiando y, sobre todo, eran su única visita en prisión.

Pero esta repentina cerrazón de Carcaño podría acabar con esa especie de idilio penitenciario en el que vive. Podría ser el cierre definitivo a la paciencia estirada de la familia. 

En 2011 un informe psiquiátrico le definía como violento, manipulador, celoso e impulsivo. Cinco años y ocho versiones después se confirmaría una vez más el perfil psicológico de Carcaño.