Bajar a la mina sigue siendo un trabajo duro y peligroso. Y, como en la tragedia de León, con un enemigo silencioso siempre presente, el gas grisú. Que corra el aire es una de las claves de la seguridad en la mina. Sobretodo en algunas cuencas de Asturias y León, porque este peligroso gas metano se cuela por recovecos de galerías, chimeneas y pozos.
En el pozo Emilio del Valle, en León, la fuga de grisú les pilló a 500 metros de profundidad en un pasillo amplio. Aparentemente debía tener la suficente ventilación. Como en toda mina subterránea, se limita el uso explosivos, pero al estar bajo tierra todos los riesgos se multiplican.
En los últimos años han aumentado los sistemas de seguridad. Hay cámaras de vigilancia, camillas y botiquines en las entradas y salidas. Un búnker antipeligros que está muy lejos de aquellas minas en las que trabajaban con boina, en lugar del casco, sin ropa adecuada y donde un jilguero alertaba de los escapes de gas.
En España, desde los años 80, es obligatorio llevar en el cinturón un autorrescatador. Un sistema que regenera el aire y que le da un margen de escape de media hora al minero. Incluso ya existe el llamado casco minero inteligente, capaz de detectar aire contaminado, desprendimientos y avisar de la localización exacta del minero.
Sin embargo, a veces, todo falla. En el Pozo Emilio del Valle ahora buscarán respuestas. Desde la empresa apuntan que, por norma, no suelen escatimar en seguridad y que las medidas de seguridad se revisaron hace apenas un mes.
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