Islandia, tierra de glaciares, paraíso donde no se pone el sol, también tuvo su propia burbuja inmobiliaria. En 2001, los bancos islandeses dejan de ser públicos y pasan a ser privados. Y un verbo se convierte en el más conjugado: "especular". La banca islandesa concedió préstamos con alegría española y acumularon una deuda 10 veces superior al PIB del país.

Llega el año negro. 2008. Quiebra 'Lehman Brothers' y la moda se extiende. Bélgica, Francia, Holanda, Alemania...también se lanzan a inyectar dinero a sus bancos. La potencia de la onda expansiva llega al confín del globo terráqueo, y los tres principales bancos islandeses también estallan. Pero la receta fue distinta. En lugar de rescatar a sus bancos, los dejan caer y vuelven a ser públicos.

La ciudadanía se echa a la calle y el Gobierno tiene que dimitir. Por primera vez en su historia, Islandia sienta a su primer ministro en un banquillo por un delito de alta traición.

El director del banco central y el supervisor financiero dimiten y además, dos banqueros son encarcelados y los islandeses se niegan a  pagar las deudas de los bancos con dinero público.

El FMI entra en acción y concede a la isla un préstamo. A cambio, el nuevo Gobierno socialista recorta, pero el Estado de Bienestar no nota la diferencia. Además, a las grandes fortunas les toca pagar más impuestos.

Cinco años después, el FMI alaba los resultados de una receta distinta a la que se ha estado aplicando en Europa. El paro ha disminuido un 4% en 3 años, la inflación ha bajado 15 puntos desde 2009 y la riqueza del país creció un 1,6% en 2012.

Y aún queda mucho por hacer en el país escandinavo, y el FMI les recomienda ajustar más, por ejemplo, en sanidad y educación. Pero por el momento, romper con el manual de estilo les ha funcionado. Como dice un refrán popular islandés, lo que mal empieza, bien acaba.