El rastro de Sonia Iglesias se perdió en una calle de Pontevedra el 18 de agosto de 2010. En concreto, cerca de una zapatería donde, poco antes de las 11 de la mañana, dejó unas sandalias.
Fue una parada rápida, un recado sin más, pero nunca volvió a recogerlas. Así, el zapatero que la atendió sigue siendo, cinco años después de de la desaparición de la joven, la última persona en verla con vida.
"Según se dice, fui el último que la ví. Pensaban que sabía lo que pasaba", responde el dueño de la zapatería.
Aquel día, Sonia tenía prevista una parada más antes de entrar a trabajar. Había quedado con su hermana, que aún hoy en día sigue buscando respuestas ante aquel incidente: ¿Por qué nadie más vio a Sonia? ¿Cómo pudo desaparecer a plena luz del día?
Lo que es seguro es que Sonia nunca llegó hasta su siguiente parada: una tienda de ropa. Actualmente, sus compañeros prefieren no hablar del tema. Para ellos, así como para mucohs otros, la situación sigue siendo incomprensible.
Ni siquiera, como demostraron las cámaras de seguridad, había tráfico en el momento de la desaparición. "Buscamos un móvil, bolso, prendas de ropa... cualquier objeto útil para la investigación", demanda la policía, en busca de una pista que le lleva al paradero de Sonia.
A solo unos kilómetros, en el monte Castrove, aparece la cartera de joven, en el poblado chabolista de O Vao. No ha aparecido nada más en los cinco años posteriores. Ni ropa, ni huellas. Ni siquiera su móvil, que sigue apagado desde aquel verano de 2010.