“En vez de que los proyectos los hagan técnicos que los hacen detrás de una mesa de un despacho y sin contar para nada las necesidades del barrio, que los hiciesen los propios técnicos de la asociación que están pisando el barrio y conocen las necesidades que tenemos”. “Parece que no les interesa a la misma gente del ministerio. Empiezan a hablarnos de colores, que si sois esto o lo otro. Como si el decir la verdad fuera sinónimo de ser Comunista”.
Cuarenta años después de esas declaraciones, Félix López nos enseña lo que la pelea vecinal ha logrado en este tiempo. No tenían ni luz, ni agua corriente. El baño era un orinal que se evacuaba en el bidón de al lado de la puerta o directamente abriendo la alcantarilla de enfrente. Así que los vecinos construyeron un local con sus propias manos.
Hicieron un empalme de tuberías para robar el agua de la casa del cura. Así montaron una ducha para que se lavara la gente. Hoy, esa asociación es el orgullo del barrio.
A base de insistir, Félix, que llegó a concejal de Madrid, consigue lo impensable: llevar al barrio a los reyes. Los monarcas visitan la Celsa, uno de los mayores supermercados de la droga.
“Este anillo desde la carretera de Barcelona a la de Extremadura, si no hubiera sido por la lucha de las asociaciones de vecinos, sacándonos de las chabolas y viviendo en casas dignas, si no hubiera sido por eso, aquí estaríamos quitándonos el hambre a tortazos”, asegura Félix.
La oposición política en el franquismo empieza en las asociaciones de vecinos: primero consiguieron servicios básicos o una escuela digna. Pero con el tiempo han servido para informar a los ciudadanos de sus derechos y enseñarles a protestar. “Ese local de la asociación de vecinos fue una auténtica escuela de convivencia y de democracia”, reflexiona Félix.