Después de sufrir el brutal ataque, a las 20:10 de la tarde de aquel 13 de septiembre de 1964, todos los tripulantes del 'Sierra Aránzazu' están a bordo del bote salvavidas: "Se alejaron lo más rápido posible del buque porque tenían miedo a una explosión", explica Rubén Abad, nieto de uno de los supervivientes, en el vídeo sobre estas líneas.
En un bote con varios agujeros de bala, los marineros que se encuentran en mejores condiciones reman, otros atienden a los heridos ensangrentados y otros intentan taponar el agua que entra por los orificios que las balas han abierto con remedios improvisados.
"Con el cartón de las galletas tapan los huecos donde había entrado la metralla y achican el agua con los zapatos, con las manos, con lo que pueden", explica el doctor en Historia de la Universidad de La Laguna, Ángel Dámaso Luis León.
"Echaron agua y echaron sangre y estaban los tiburones chapoteando alrededor", apunta Óscar San Jacinto, hijo de otro superviviente, que asegura que "lo de los tiburones sería el menor de sus temores, porque oían a las motoras que seguían merodeando y tenían el presentimiento o la certeza de que en realidad no querían dejar testigos".
Después de tres horas a la deriva y el temor de que los atacantes vuelvan para matarlos, reman con la única referencia de "la estrella polar", explica Óscar, que recuerda que en aquellos momentos "había algo de comida, pero parece ser que lo único que ingirieron fue coñac".
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A primera hora de la mañana, finalmente les rescató un barco holandés. En aquellas 14 horas a la deriva, algunos de los marineros a bordo fallecen, mientras otros se encomiendan a la fe. Óscar se emociona al recordar que "mi padre me dijo que le dejo profundamente impactado que otro de los fallecidos murió en sus brazos" y que "en la barca espontáneamente se pusieron a cantar el Stella Maris".
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