En 1996, año del ascenso de Aznar a La Moncloa, el nuevo presidente decide hacer una jugada estratégica: mueve los hilos para poner a Miguel Blesa, uno de sus amigos más íntimos, al frente de Caja Madrid.

Su nombramiento se hace realidad gracias al acuerdo del PP con los consejeros de Comisiones Obreras y de Izquierda Unida. Con Blesa a los mandos, comienzan los años más oscuros de Caja Madrid. La etapa que llevará a una de las cajas más saneadas y rentables de España a una quiebra sin precedentes.

Blesa gestiona la Caja con una única obsesión: crecer y competir con los grandes bancos.  Y para eso, necesita captar dinero. Como por ley no podía emitir acciones como las demás empresas, encuentra una alternativa muy eficaz para sus intereses: las participaciones preferentes.

Al principio se venden sólo a grandes inversores. Pero cuando estalla la crisis, se empiezan a colocar a todos los clientes. 

Para poder competir con los grandes bancos, también necesita más volumen de negocio. Según varios exempleados de la Caja, da órdenes a su red de oficinas de vender cuanto más, mejor. Y eso significaba asumir más riesgos.

Expande la caja fuera de su territorio natural, Madrid. Y decide invertir en las grandes empresas nacionales. Entra en el accionariado de grandes grupos privatizados, como Telefónica y Endesa. Y le sale bien. La venta de sus participaciones le reporta a la Caja unos beneficios de cerca de tres mil millones de euros.

Mientras la ambición de Blesa crece, la caja esconde un gigantesco problema: el ladrillo. Hay una operación especialmente ilustrativa: un préstamo a la constructora Martinsa de más de mil millones de euros para hacerse con Fadesa y financiar otras operaciones inmobiliarias.

El préstamo lo aprueba Carlos Vela, director general de la caja. Apenas unas semanas después de concedérselo ficha como consejero delegado de la constructora.

Lejos de disgustarse por la espantada de su lugarteniente, Blesa mantiene una excelente relación con él. Incluso posan juntos de caza en Namibia poco después. Cuando Martinsa presenta suspensión de pagos un año después, Blesa intenta repescar a quien le había provocado un agujero de mil millones. Sólo el escándalo público evitó su regreso a la Caja.

En un cruce de correos con su director de comunicación, Blesa muestra preocupación por la operación Martinsa. Pero no por el agujero, sino porque la Comunidad de Madrid, que exigía explicaciones, no se enterase de que les habían escondido información.

Lo de Martinsa es sólo una muestra que no explica el hundimiento de Caja Madrid. Su problema con el ladrillo era gigantesco. Además, la Caja Madrid de Blesa se hizo con un 22% del fracasado Parque Warner de Madrid y compró por 800 millones de euros una de las cuatro torres en la ampliación de la Castellana. Hoy, el edificio está valorado en menos de la mitad.

Y no es sólo la construcción. Blesa hace una serie de inversiones en empresas industriales que le hacen un boquete de varios cientos de millones más: el grupo de alimentación SOS Cuétara, la empresa de almacenaje Mecalux, o la aerolínea de bandera española.

Caja Madrid se hace en 2007, por sorpresa, con un 13% de Iberia. Impide así la compra de la compañía por parte de un grupo de empresarios españoles. La excusa: evitar que caiga en manos de British Airways con quien ya negociaba el consejo de la aerolínea.

Pero la realidad es que sólo unas horas después de formalizar la compra, Blesa envía este correo a un colaborador que demostraría que seguía negociando con los ingleses. "Ayer estuve más de una hora con el Chairman de BA (British Airways) y me despaché a gusto. Ya quieren volver a hablar pero les he dicho que hay algunas cosas innegociables”.

Al final, Blesa entrega Iberia a los ingleses. Desde entonces, Barajas es el aeropuerto europeo en el que más ha caído el número de pasajeros: casi un 20% en los dos últimos años. Y el turismo en Madrid ha bajado más de un 7% en el último año.

Más revelaciones sorprendentes de los correos intervenidos. En uno de ellos, el exsecretario de la caja le cuenta a su sustituto que los consejeros tenían una tarjeta de crédito de la que podían disponer libremente. Era, presuntamente, dinero negro, pero él prefiere llamarlo gastos en black.