En las elecciones del 79, la UCD revalida su triunfo electoral. Su elección como presidente se anuncia ante el humo de un cigarro encendido. Y Suárez le escucha con otro pitillo en su mano. Está a punto de convertirse en el primer presidente constitucional.
Pocos lo intuían entonces pero es aquí, cuando todos le dan la enhorabuena, cuando arranca su declive. El paro, la violencia de ETA, la presión de la oposición, las conspiraciones de cuartel, las traiciones en su propio partido, el abandono de los poderes fácticos...
De repente, todos los intereses confluyen. Nadie quiere ya a Suárez. Ni siquiera su gran defensor, lucha por evitar su caída.
Su dimisión llega sólo 23 días después de la pascua militar del 81. “Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de España”, declaraba Suárez.