Pedro Urraca, policía franquista que persiguió políticos exiliados tras la Guerra Civil, trabajó al servicio del Gobierno español hasta 1982, en Bruselas, donde la dictadura le había pagado como un espía de lujo. "En la época en Bélgica tiene la inmunidad diplomática y el no llamarse Urraca como tal, está totalmente a cubierto", comenta Loreto Urraca, su nieta.
Urraca siguió trabajando en Bruselas, incluso tras la muerte de Franco y durante los primeros años de democracia. Consiguió pasar casi desapercibido, hasta que precisamente su nieta Loreto decide investigar y escribir un libro con su historia. "De alguna manera tenía que reparar todo aquel daño que había hecho Pedro Urraca, divulgar la historia del exilio, a la vez que denunciaba la actividad de Pedro Urraca", afirma Loreto, que sostiene que "era mi manera de desafiliarme de este apellido tan manchado de persecución y tan vil".
"En España es muy poco común que los descendientes de aquellos que fueron verdugos, victimarios, que ejercieron la represión franquista pidan perdón o asuman la culpa", apunta Ainhoa Campos, del Grupo de Investigación de la Guerra Civil y el Franquismo de la Universidad Complutense.
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En el caso de Loreto, la petición de perdón fue más allá. Hace sólo dos años, frente al muro donde fusilaron a Lluís Companys, dejó unas flores junto a la sobrina nieta del expresident al que su abuelo capturó y arrastró a la muerte. "Fue el más conocido de todas las víctimas de Pedro Urraca, pero no deja de ser un símbolo de una democracia acribillada a balazos", asegura.
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