Lo de conducir un partido político no es cosa menor. "Dicho de otra forma, es cosa mayor", que diría Mariano Rajoy. Cuando dejó Génova, Pablo Casado se presentó como el piloto que necesitaba el PP. El joven Casado ofrecía una vuelta a las esencias: principios y valores.
Casado reilusionó a gentes desencantadas con el PP de Rajoy. Atrajo incluso a plataformas de extrema derecha que fletaron camionetas para indicar la casilla correcta a marcar.
Y llegó el día. El de Palencia ganó los mandos del bólido popular a Soraya Sáenz de Santamaría, metiéndose en una carrera loca por llegar a la meta electoral.
Ahora nada puede detenerlo. Primero, recuperó como copilotos a viejos clásicos como Aznar y puso en su equipo a conductores un pelín escorados a la derecha y algo agresivos, como Cayetana Álvarez de Toledo o Suárez Illana.
Se trataba de calentar la máquina, pero la meta se resistía en 2019. El PP había obtenido el peor resultado de su historia, así que tocaba cambiar el rumbo, dejarse una barbita hipster y moderar el tono.
Y no es que no haya habido volantazos, pero hoy Cayetana Álvarez de Toledo ya no es portavoz. Y en octubre Casado pareció sacar de su carretera a Vox, arremetiendo contra el "engendro antiespañol" que una vez fue su mejor socio.

Un ego a la altura de los padres fundadores
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