Cuando los cuerpos descuartizados de Marcos Campos, Janaina Santos y sus hijos, Maria Carolina y David, de tres y un año, fueron descubiertos por las fuerzas de seguridad, había miles de moscas muertas en la estancia, según relata Fernando de la Fuente, el juez de instrucción que estuvo presente en la inspección de la vivienda. La docuserie 'No se lo digas a nadie', disponible en ATRESplayer PREMIUM, aborda el terrible crimen de Pioz y la dimensión social de algunos de sus aspectos.
Óscar Ortigado era en 2016 el médico forense que acudió junto al equipo para la inspección de la vivienda de la urbanización de Pioz, en Guadalajara. Se trata de una zona aislada y donde ninguno de los agentes había estado nunca. Los investigadores recuerdan que eran las fiestas de Guadalajara y que tras recibir el aviso se reunieron todos en una gasolinera para ir juntos hasta el lugar. Una vez allí destacan que era una noche muy oscura y que comenzaron desde el exterior con la inspección de la casa. En la cocina hubo varios elementos que llamaron la atención como las tijeras que había sobre la encimera y los refregones en el suelo que indicaban que alguien había limpiado.
Al entrar en el salón, el olor se hacía insoportable y recuerdan que la primera reacción de todos era "una fuerte arcada y sentir la necesidad de salir a la calle para tomar aire". De hecho, tuvieron que utilizar un producto en la nariz para minimizar el olor. Este era el principal indicio de que en las bolsas de basura verdes y cerradas con cinta americana roja que había en el salón habría algún tipo de restos en putrefacción. Fue entonces cuando uno de los agentes se acercó y confirmó "son humanos, hay restos humanos".
"Lo que más nos desconcertó en ese momento es que si alguien se había tomado la molestia de empaquetar, de encintar y de dejar toda la casa sin rastros, ¿por qué estaban allí los cuerpos? Eso nos hizo pensar que algo o alguien había precipitado la huida del autor o de los autores", relata el capitán de la Guardia Civil Ángel Barca. Continuaron con la revisión y en el dormitorio principal vieron la cama deshecha, con un cúmulo de cojines y mantas pegados a un armario, lo que les hizo sospechar que en la casa había un bebé. "Uno de los detalles que más nos dejó en shock era que en una de las habitaciones había como una especie de manos pequeñas en la pared. Ya es cuando eres consciente de lo que puede haber pasado allí, que es una tragedia mayúscula", lamenta uno de miembros del equipo.
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Conscientes de que se trataba de un caso grave, no había tiempo que perder y teniendo en cuenta que en Guadalajara solía haber como mucho uno o dos casos de asesinato, pidieron refuerzos. Lo principal era reunir todas la información posible para descubrir que había pasado y buscar a quien pudiera haber hecho algo así. El estado de los cadáveres indicaba que llevaban un tiempo allí, saber cuánto era clave y también que la noticia no llegase a los medios para que no alertase al asesino o los asesinos. "Yo estaba muy obsesionado con que no saliera a la luz, porque tenía esa sensación de que el autor de los hechos no sabía que se había descubierto, y que las siguientes horas podían ser vitales para el avance de la investigación", relata el juez de instrucción, Fernando de la Fuente.
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