Algo está cambiando en Rick y los suyos. El miedo a perder lo que tanto les ha costado conseguir los hace ser más precavidos e insolidarios.
Para cuando Hershel comienza a andar con sus muletas, los caminantes atacan. Alguien ha roto los candados y abierto puertas, accionando las alarmas. La cárcel se convierte en un laberinto oscuro con mil trampas.
T-Dog es mordido y se sacrifica por salvar a Carol, Lori se pone de parto. En medio del caos, aparecen nuevos presos. La tensión es palpable.
Lori se despide de su hijo Carl. "Hay que hacer lo correcto en la vida". Sabe que va a morir tras dar a luz. Momento épico donde los haya.
Mientras en la cárcel hay inseguridad constante y miedo, en la apacible Woodbick el Gobernador, el sin nombre, juega al golf mientras sigue manteniendo la normalidad a base de mentiras. Él sí da la bienvenida al extraño, al contrario que Rick, pero su armario está lleno de cadáveres. En sentido literal.
Michonne se rige por su instinto, lo que la ha mantenido a ella y a Andrea vivas. Prefiere huir a permanecer encerrada. Pero pierde su particular batalla contra el Gobernador: Andrea se queda. Y le da esperanzas a Merle para que busque a su hermano Daryl.
El Gobernador hace una gran confesión, mientras Andrea se deja emborrachar y seducir, en realidad, dos: su nombre es Philip y tiene una hija. Pronto sabremos de ella y de esta tensión sexual no resuelta, tan morbosa.
Lo mejor: ver morir a uno de los personajes que más detesto, esto es así, no sólo una sino dos veces. "Las cosas de niño" se han acabado para Carl que dispara a su madre antes de que se transforme.
Lo peor: haber tenido que esperar hasta esta temporada para empatizar con Andrew Lincoln, cuando su personaje llora la muerte de su mujer sin prestar atención al bebé recién nacido. 'The Walking Dead' lo ha conseguido: aún me emociono al recordarlo.