¿POR QUÉ JAN KOUM ENTRA AL TRAPO?
El largo pique entre los fundadores de WhatsApp y Telegram (aunque los separa un abismo de usuarios)
Jan Koum y Pavel Durov, rostros visibles de WhatsApp y Telegram respectivamente, llevan años cargando el uno contra el otro sin mucho disimulo. Sin embargo, las cifras dan un claro vencedor en la batalla de la mensajería instantánea: mientras el chat verde reina en 109 países, la alternativa rusa sólo domina en Irán.
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Aunque un español puede creerlo fácilmente, dada su hegemonía en nuestro país, WhatsApp no es ni mucho menos la única aplicación de mensajería instantánea que se ha colado en millones de teléfonos de todo el mundo. Quizá la segunda en discordia en la piel de toro sea Telegram, que muchos usan como alternativa al chat verde propiedad de Facebook, pero lo cierto es que los grandes rivales de Jan Koum y compañía a nivel global son otros.
Sólo hay que echar un vistazo a este apabullante gráfico de App Annie. Facebook Messenger, del mismo dueño, reina en un buen puñado de países (EEUU, Reino Unido, Australia, Canadá, Francia, Suecia, Bélgica…). Le seguiría Line, que sigue dominando en Japón, su país de origen, aunque su momento de gloria en España terminó hace mucho. También está Viber, que arrasa en los Balcanes y entorno (Bosnia, Croacia, Macedonia, Moldavia, Eslovenia…) y en algunos países de Europa del Este (Bielorrusia, Ucrania…).
Junto a ellos, la mítica mensajería de Blackberry sobrevive como opción predominante en Indonesia, la alternativa local Zalo domina el panorama en Vietnam y hay otras opciones (como Imo) que tienen su parcela de poder en ciertos puntos del planeta. Todo eso sin olvidar a KakaoTalk, la reina de Corea del Sur y, al menos hasta hace bien poco, la aplicación más utilizada del mundo.
Telegram, sin embargo, sólo es el chat más popular en Irán, donde el ala más dura del régimen está pidiendo al presidente Rouhani que prohíba la aplicación antes de las elecciones que se celebrarán en mayo de este mismo año. El motivo es que allí se ha convertido en un arma para que las voces disidentes expresen su opinión, en gran medida gracias a sus mensajes secretos.
WhatsApp, por su parte, reina en 109 de los 187 países que monitoriza la herramienta SimilarWeb, lo que equivale a un 55,6% del globo. Siendo tan abismal la diferencia, ¿por qué solemos percibir a Telegram como el mayor competidor del chat por excelencia? En parte, por el pique no siempre sano que mantienen desde hace años los fundadores de ambas compañías.
La polémica viene de lejos. En agosto de 2013, con Telegram recién estrenado, Jan Koum, cofundador de WhatsApp, cargó con dureza contra el máximo responsable de su nuevo rival en una entrevista concedida a un diario ruso: “Pavel Durov sólo sabe copiar grandes productos como Facebook o WhatsApp, nunca ha tenido ni tendrá ideas originales”. Se refería no sólo al chat, sino también a la anterior creación de Durov, la red social VK, que le valió el apodo de “Zuckerberg ruso”.
Tal vez ahí comenzó la guerra más o menos encarnizada que libran estos dos emprendedores, a menudo en público. Sin duda el más agresivo es Durov, un personaje excéntrico (se declara taoísta, vegetariano, pastafari, anarcocapitalista…) y muy dado a hablar sin cortapisas.
Bastante célebre es el artículo que escribió en noviembre de 2014, en respuesta a las citadas acusaciones de Koum. En él aseguraba que la mejor forma de predecir qué haría WhatsApp durante el siguiente año era mirar las funciones que ya incluía Telegram. En base a ello, elaboraba una lista de mejoras (en realidad, a su juicio, plagios) que el chat verde iría introduciendo a lo largo de 2015. Lo cierto es que en algunas acertó (y bien pronto), como él mismo se encargó de dejar claro aprovechando para mandar un recadito: “Debo admitirlo: cuando predije que WhatsApp lanzaría su versión web pensé que sería una auténtica 'web app', no esto”.
A finales de 2015 se recrudecieron las hostilidades a cuenta del bloqueo de los enlaces a Telegram por parte de WhatsApp. Si algún usuario del chat verde intentaba dirigir a sus contactos a la aplicación rusa, el link no funcionaba. La decisión fue muy criticada y Koum terminó dando marcha atrás, pero no antes de que Durov cargara directamente contra él a través de Twitter: “A @jankoum le gusta mencionar que nació en la Unión Soviética. Quizá le mueve la nostalgia cuando impone la censura en su plataforma”. Y no se quedó ahí. “Dale algo de crédito: al menos permite a sus ingenieros que copien y peguen cosas de Telegram”, añadía poco después en respuesta a otro usuario de la red social.
Tampoco ha dudado en acusar a WhatsApp de colaborar con las agencias de espionaje, de ser complaciente con regímenes opresivos (en varias ocasiones) o de violar la privacidad y traicionar a sus usuarios. En otras ocasiones ha usado al Papa Francisco como argumento o se ha enzarzado con personalidades como Moxie Marlinspike -el antisistema que inventó el cifrado que usa WhatsApp- o el mismísimo Edward Snowden, para defender su postura contra el chat por excelencia.
Lo cierto es que todos estos dardos envenenados contra su rival casan muy bien con el personaje de Durov. Lo que resulta más extraño es que Jan Koum, al frente de una aplicación que Facebook compró por una cifra escandalosa y que utilizan miles de millones de personas en todo el mundo, decida entrar al trapo.
Y lo ha hecho. Cuando WhatsApp fue prohibido en Brasil, se preguntó por qué otras aplicaciones que “supuestamente tienen el mismo nivel de seguridad” no recibían el mismo trato, en clara referencia a Telegram. También salió al paso durante las protestas en Hong Kong, cuando se recomendaba a los activistas que usaran la aplicación de Durov para comunicarse de forma segura. Incluso ha tuiteado enlaces como este del blog estadounidense Gizmodo, en el que se dan razones para abandonar Telegram: “Es bueno ver que la prensa al fin se hace eco de cosas obvias…”
El de Koum y Durov es un pulso desigual si atendemos a las cifras, pero el cofundador de WhatsApp sigue entrando al trapo cada cierto tiempo. ¿Hace bien en plantar cara a ese rival que muchos perciben como una de sus mayores amenazas o, ciñéndose a los datos, debería ignorar las provocaciones del excéntrico ruso? Tal vez es lo que deba preguntarse.
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