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NI AMENAZA NI CASTIGOS, SINO REFUERZO POSITIVO

El cerebro de un adolescente no responde ante la mano dura: ¿entonces, qué?

Le entra por una oreja y le sale por otra ¡Cuántas veces habremos pensado eso después de echar una bronca a un púber!

El cerebro de los adolescentes no responde ante la mano dura

El cerebro de los adolescentes no responde ante la mano dura freebourg en Flickr bajo licencia CC

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Todos los padres sufren a los hijos cuando están de 'un adolescente insoportable'. Y es en ese momento en el que se te pasa por la cabeza ponerte firme, en plan autoridad poderosa, pero ni por esas dejan de hacerse los sordos.

Pues bien, parece que lo que funciona mejor es dialogar y charlar, según un estudio publicado en la revista 'PloS Computational Biology' en el que se pone de manifiesto que su cerebro identifica sólo las consecuencias positivas de una decisión que se les pueda presentar. Por eso, el castigo y el arrepentimiento son completamente ignorados.

Cuando los adolescentes tienen que decidir no son capaces de sopesar los pros y los contras, porque se concentran sólo en las consecuencias positivas de su elección, a expensas de la negativa. Parece que eso de medir las consecuencias y equilibrar la balanza no es lo suyo.

La explicación se encuentra en el desarrollo del cerebro, que continúa a lo largo de la adolescencia, y para llegar a estos resultados un grupo de investigadores del Instituto de Neurociencia Cognitiva del University College de Londres han comparado la manera en la que adolescentes y adultos aprenden a tomar una decisión.

Para ello 18 púberes, de 12 a 17 años, y 20 adultos, de 18 a 32 años, pasaron un test de inteligencia no verbal, con lo que el lenguaje y las cuestiones socio económicas quedaron fuera.

El objetivo de la prueba era acumular puntos, convertibles en dinero al final. Los participantes tuvieron que elegir entre símbolos abstractos, asociados con consecuencias como la pérdida o ganancia de puntos. A lo largo del experimento los voluntarios iban conociendo los efectos positivos o negativos de cada símbolo e iban ajustando su estrategia.

Mediante un modelo matemático, los psicólogos descubrieron que los adolescentes eran menos propensos a cambiar su elección para evitar el “castigo” que los de edad adulta. Tampoco eran muy prolijos en dar explicaciones sobre qué les hubiera pasado si hubieran elegido una opción alternativa.

Esto puede deberse al riesgo, la falta de atención o al puro pasotismo, pero el cerebro tiene algo que decir. A esa edad hay todavía un desarrollo asimétrico entre el cuerpo estriado y la corteza prefrontal, siendo ésta última la relacionada con la percepción de los castigos y la que todavía no está completamente evolucionada a la edad adolescente.

No obstante, al estudio se le pueden poner algunas pegas, como la definición del fin de la adolescencia a los 18 años, como si todos los cambios biológicos y la adquisición de cierta independencia social ocurriera a todos los individuos a esa edad.

Tampoco se han tenido en cuenta otras variables que pueden afectar a la toma de una decisión, como la influenciabilidad de los jóvenes o el aprendizaje vital de cada persona, que hacen que el proceso sea más complejo.

Aunque la investigación sí que arroja algo de luz con lo que funciona: un sistema de recompensas siempre será mejor que decir “deja ya de joder con la pelota”, como cantaba Serrat.

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