ESNOBISMO 'CULINARIO'
Comerse la placenta no supone beneficio alguno (de hecho, tiene riesgos)
La placentofagia o costumbre de comerse el órgano efímero que sirve para alimentar al bebé durante la gestación es una hábito arraigado en muchas especies de mamíferos, y que el hombre como tal no ha tardado en imitar. Pero ¿es una práctica segura? ¿qué beneficios aporta su ingesta?
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Los animales que se comen la placenta lo hacen por dos motivos no extrapolables a la especie humana: se comen los restos del parto para obtener un simple beneficio nutritivo tras el sofoco extremo que supone dar a luz a sus crías y, además, para no dejar pistas ni huellas ni olores a sus posibles depredadores. En ambos casos nosotros no tenemos excusa.
El hombre lo hace más bien por esnobismo, para intentar absorber el 'carácter' de un órgano con excelente reputación, pero que acaba de morir. Curiosamente no responde a tradiciones o arraigos de viejas tribus africanas que imitaron a sus animales, sino que la costumbre se originó en la América del Norte de la década de 1970, dentro de sociedades supuestamente más evolucionadas, para pasar más tarde a Europa.
Los partidarios de la placentofagia defienden que su consumo evita la depresión postparto debido a las cantidades residuales de oxitocina que almacenan esos desechos. Hay algunos estudios (sólo en ratas) que demuestran que estos roedores mejoran sus niveles de analgesia y el umbral del dolor tras comerse la placenta, pero no hay extrapolación científica en humanos. Es decir, no hay ninguna justificación médica ni estudio científico con garantías que avale la práctica.
Tampoco se se han investigado lo suficiente las consecuencias para nuestro organismo del resto de componentes. La placenta es también un saco de residuos que ha estado durante 9 meses filtrando y recogiendo todas esas sustancias que pueden resultar nocivas para el feto: un seguro de vida para el desarrollo del futuro ser humano, pero que puede dejar sus posos nocivos.
Dentro de todas estas sustancias filtradas están el cadmio, el mercurio, la acrilamida, decenas de dioxinas, furanos o de compuestos perfluoroalquilados. El principal problema de los residuos placentarios es que, para conocer la verdadera calidad placentaria y sus garantías, habría que controlar la alimentación que ha llevado la madre durante la gestación y todos los medicamentos que tomó. Exactamente igual que se hace con la producción farmacéutica y la alimentaria.
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