OJO CON LAS HAMBURGUESAS
Cosas que debes saber cuando cuentas las calorías de tu comida
¿Te has pasado con la comida en Navidad? Espera, que igual tenemos buenas noticias
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La próxima vez que abras un paquete de frutos secos ten en cuenta que probablemente contiene menos calorías de las que indica la etiqueta. Eso se debe a que el sistema Atwater, que se usa para contar las calorías de los alimentos, se está quedando obsoleto.
Ten en cuenta que se desarrolló a principios del siglo XX y se basa en un método poco preciso que asume que, en cualquier alimento, los carbohidratos y las proteínas contienen 4 kilocalorías por gramo, mientras en las grasas habría 9 kcal/g, y 7 kcal/g en el alcohol.
Es decir, ignora que las calorías que extraemos de los alimentos dependen de su digestión -sobre todo si contienen las fibras-, de si están o no cocinados e incluso de la actividad de los microbios de nuestro aparato digestivo.
Sin ir más lejos, se estima que las almendras nos proporcionan un 20% menos de calorías de lo que se figura en su etiquetado, según sacaba a la luz la revista 'American Journal of Clinical Nutrition'. En la misma línea, otro estudio previo revelaba que los pistachos aportan un 6% menos de calorías de lo que se pensaba.
Nutricionistas, bioquímicos y fisiólogos tienen cada vez más claro que si se reevaluaran las calorías todos los frutos secos, las legumbres y verduras con nuestros conocimientos actuales, se encontrarían más desajustes de este tipo.
Por otro lado, cuando comemos fuera de casa, los datos calóricos que incluyen algunos restaurantes junto a los platos de la carta nos hacen creer que consumimos sólo un 6% menos, según concluía un estudio de la Universidad de Stanford realizado en colaboración con la cadena Starbucks.
Lo que sí cambia el contenido energético de nuestra comanda es la música ambiental. Y es que si en un establecimiento de comida rápida suena música suave y usan una iluminación ambiental tenue, consumimos 175 calorías menos que si nos reciben con música animada y luz intensa, según demostró hace poco Brian Wansink, de la Universidad estadounidense de Cornell.
Ahora las malas noticias
Todo esto de andar contando calorías es un poco lioso. Lo práctico sería que el cerebro humano contara con un interruptor mágico que frene el apetito una vez ingeridas las calorías que necesitamos, pero no es así. Es más, si te pasas de calorías en una comida, la sensación de saciedad se esfuma por completo y te vuelves más voraz.
Esta aparente paradoja se debe a que un atracón rico en calorías bloquea la producción de la hormona uroguanilina, que en situaciones normales funciona como una señal de stop que le comunica al cerebro que estamos llenos.
Ahondando en su funcionamiento, Scott Waldman y sus colegas de la Universidad Thomas Jefferson comprobaron que, tanto si nos hartamos de grasas como si atiborramos a nuestro digestivo con carbohidratos, el exceso de calorías le genera un estrés muy intenso a las células del intestino delgado que producen esta hormona de la saciedad. Tanto es así que dejan de fabricar la hormona, lo que nos lleva a comer sin freno.
Sea como fuere, si en alguna comida te pasas de calorías, te gustará saber que no hace falta pasar horas en el gimnasio para compensarlo. Científicos de la Universidad de Colorado demostraron que unos minutos de entrenamiento intenso a intervalos aumentan el gasto energético durante toda una jornada. En concreto, basta pedalear tan rápido como podamos en una bici estática cinco intervalos de 30 segundos con una resistencia alta, intercalando cuatro minutos de recuperación tras cada sprint, para quemar 200 calorías extra a lo largo del día. No todo iba a ser malo...
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